GABINETE
Cleto Reyes

Texto:  Óscar Benassini

Imágenes:  Luis Arango y Santiago Arau

Agradecimiento especial al Gimnasio Nuevo Jordán

Un boxeador, “rebelde y solitario, cínico, hace una única contribución social: la pura soledad” (la frase, recontextualizada, es de Michel Onfray, en un texto acerca de Diógenes).

No todos conocen la historia de Cleto Reyes, el Hefesto mexicano que, en los años 40, forjó una amasijo acolchonado con correas de cuero rojas, ideal para proteger las manos (izquierda y derecha), en especial el metacarpo, los ojos y el cerebro de los boxeadores modernos: el guante de boxeo mexicano, el guante Cleto Reyes.

Hijo de la Revolución Mexicana, el joven Cleto llegó al boxeo de aficionados en 1938, a los 18 años, pero después de ganar algunas monedas en su primer combate, regresó a casa para dedicar el resto de su vida a la mejora y elaboración de los guantes que, en 1978 según el mito, envolverían los puños de Muhammad Ali —por capricho directo del ingobernable “bocazas”— en su revancha contra Leon Spinks, cuando recuperó por decisión unánime, después de 15 rounds, el cinturón mundial de los pesos pesados del Consejo Mundial de Boxeo.

La historia de Cleto, como cualquier otra historia de boxeo, es una historia heroica: como el boxeador, don Cleto encontró en la precariedad un oficio, una tarea que lo volvió inmortal. Los detalles acerca de su dedicación y las dificultades familiares se repiten en cualquiera de las biografías de Cleto Reyes Castro, nacido en la Ciudad de México en 1920. No los repetiremos aquí. Lo que nos cautiva no es el romanticismo de la hazaña del hombre, sino el objeto que creó.

Vemos a dos hombres en el cuadrilátero. En esquinas opuestas, uno hará lo posible -en ocasiones lo imposible- por derrotar al otro, y el otro también hará lo mismo también. La victoria se la llevará el que dañe más el cuerpo del contrincante. Para suavizar los impactos de los puños y para que el rival fuerte no deje fuera de combate al débil en corto tiempo, ambos boxeadores llevan puestos guantes que alargan las peleas y prolongan el castigo. Los guantes de boxeo preservan el espectáculo en el Coliseo moderno.

Dos versiones opuestas, que también son una discusión médica: ¿los guantes benefician o perjudican al peleador? ¿Los guantes benefician o perjudican el espectáculo? ¿Es el boxeador un asesino rencoroso o un deportista disciplinado?

El boxeador es un cínico, los boxeadores son almas fuertes, hombres que son en sí mismos una ley, acorde con su naturaleza.

El nombre de Aquiles, el guerrero más grande de todos los tiempos, representa la “aflicción del pueblo”, una pena que solamente la gloria del triunfo puede apaciguar. Un boxeador emerge de la nata social más precaria.

El boxeo es el deporte que ha echado las raíces más musculosas en la sociedad mexicana. Si en México el futbol es religión, el boxeo es emancipación. Siempre y cuando no bajes los guantes.

Justo ahora que la sociedad mexicana vive un romance consumista con los productos no industriales, nadie repara en la única manufacturera de guantes en el mundo que continúa produciendo esta prenda a mano. Es probable que la testosterona dirigida a la agresión lucrativa resulte incómoda para muchos. Sin embargo, para otros muchos más el boxeo es vida: a ver box se aprende en el televisor desde niño, con los años cada pelea es la confirmación o la negación de alguna certeza propia, y el logotipo ovalado de Cleto Reyes ha estado ahí desde el principio.

Es posible hablar de la calidad y eficacia de la marca Cleto Reyes (con un taller en México y otro en Los Ángeles) como se habla de Adidas y Nike o de la neoyorquina Everlast (las tres con maquilas en Asia), sin embargo, todavía hoy, Reyes permanece como una referencia de culto sólo para los aficionados al boxeo. Grandes héroes del pugilismo han confiado sus nudillos a Reyes: Manos de Piedra Durán, Julio César Chávez, Mike Tyson, Juan Manuel Márquez, Oscar de la Hoya y el recién derrotado Manny Pacquiao (el padre de Mayweather también usaba Cleto Reyes), hasta Sal Sánchez, Edwin Valero y Johnny Tapia alguna vez eligieron los Cleto como arma o herramienta para obtener los aplausos desmedidos del público. Incluso, el boxeador Ámico, hijo de Poseidón, pidió unos para pelear en la mítica contienda que perdió ante Pólux.

Cleto Reyes no representa una denominación de origen mexicana para diseñar un estilo de vida; el boxeo no es un deporte entretenido, es una forma compleja de entender la vida, por eso es que la empresa de Alberto Reyes, el hijo de Cleto, se mantendrá con vida, independiente de las modas, acompañando el relato de una de las competencias ¿deportivas? más incorrectas (cada fin de semana más amenazada por la ambición desprovista de vocación), dentro de una sociedad que prefiere la corrección y las comodidades individuales, pero consensadas, que ofrecen empresas privadas como Uber o Instagram, o caray, o divertimentos como el  “tochito” y el café descafeinado, o el amor sin riesgos. Los guantes Cleto Reyes se cortan y se cosen y se rellenan y se amoldan manualmente, porque ni el padre ni el hijo buscaron el éxito mediante la producción en serie automatizada: el estándar sigue siendo el ojo y la mano del hombre, una ética mercantil en vías de extinción.

Cleto Reyes no forma parte del imaginario mexicano, al menos no del gran imaginario mexicano tradicional, que hasta resulta turístico para nuestros paisanos. El negocio, o servicio familiar, que hoy cuenta con un poco más de 100 trabajadores que mensualmente producen 2 000 guantes, es un fetiche para los que encuentran en lo ilógico del boxeo una armonía, o como escribió Eduardo Lamazón, a propósito de la pelea entre Manny Pacquiao y Floyd Mayweather Jr: “El deporte tiene que hacer justicia para que actúe como un bálsamo bendito; si no, es un salto al vacío que suma a nuestras congojas en lugar de endulzarnos la vida”. Entre el bálsamo y la congoja, Cleto Reyes seguirá marcando el ritmo y la arritmia de las combinaciones de golpes, hasta que uno de los dos boxeadores, que están en esquinas opuestas, caiga. Porque nadie queremos que la suerte de una batalla entre dos cuerpos solitarios y libres la decida la burocrática aritmética.