texto: María Giner de los Ríos
fotografía: François Lartigue
Los rarámuri o tarahumaras recorren grandes distancias para completar sus tareas diarias.
Para ellos, correr es una manera más de transportarse.
Entre las mil actividades que se hacen en un día normal en la ciudad, hay quienes logran un tiempo para hacer ejercicio y siempre traen a mano los tenis con más burbujas de aire, suspensión y agarre, para no lastimarse o siquiera despeinarse mientras se ejercitan; resultaría inimaginable practicar cualquier disciplina sin previo calentamiento.
Al ir a caminar al bosque, de los primeros agobios que se presentan es decidir si llevar botas todo terreno o los tenis viejos para que se llenen de lodo, polvo, agua o lo que sea que se pueda pisar en terreno agreste. Nadie va de falda o huaraches a caminar por las laderas: no somos Heidi.
Para los rarámuri (también conocidos como tarahumaras), correr no es un acto premeditado, no hay un tiempo ni un espacio para pensar en llevarlo a cabo. Ellos, como su nombre lo dice, “de pies ligeros”, se desplazan por las Barrancas del Cobre y los estrechos senderos que suben y bajan por la Sinforosa de manera natural, ancestral y sin mayor ambición que trasladarse de un lugar a otro, resolver su vida. Recorren descalzos decenas de kilómetros cada día, o con apenas unos lazos amarrados al tobillo y el dedo gordo, sujetos a una suela de hule de llanta.
Desde tiempos precolombinos se reconoce a los rarámuri como corredores naturales. No es sorpresa que bajo la eufórica ola por correr que continúa desde los 90 hasta nuestros días, ellos participen en ultramaratones internacionales sin siquiera hacer variantes a su atuendo de siempre. El calzón de manta, la falda de holanes o las blusas holgadas y cortas en colores que contrastan con los tonos de las barrancas, no han sido un impedimento para ganar carreras compitiendo junto a extraños, ataviados en licras, spandex y demás tejidos modernos que se adaptan al cuerpo como una segunda piel.
Hace poco más de una década que los pobladores de la Sierra Tarahumara, valiéndose de su condición natural para correr, delimitaron una ruta de aproximadamente 100 kilómetros por los caminos de las barrancas, para correr por correr. A esta carrera están invitados indígenas de todo el mundo, corredores de alto rendimiento y aficionados a competiciones en carrera larga. La reunión se hace en la Sinforosa, Chihuahua, y el objetivo es recorrer juntos, como pista de carreras, una ruta de uso diario rarámuri. El resultado es fácil de adivinar: los “hombres de pies ligeros” (que no calientan porque les parece que es desperdiciar energía) destacan sobre sus adversarios. Desde que estas carreras o ultramaratones se comenzaron a llevar a cabo, de entre los 10 primeros lugares, por lo menos ocho son siempre rarámuri. Aquí se pierde el poder conceptualizar una actividad tan cotidiana como un deporte, y viceversa.