GABINETE
QUESOS ESPECÍFICOS

Nicolas Boulard, lácteos y minimalismo

Texto: Dorothée Dupuis

Fotografías: Cortesía del artista

Cuando Sol LeWitt realizó en 1982 la serie de serigrafías titulada Formas derivadas de un cubo, tal vez no pudo imaginar hasta qué punto esta obra, y el movimiento artístico a la cual pertenece —el minimalismo— iban a dejar una marca en el imaginario artístico colectivo. En los 60, los minimalistas trataron de deslindarse de las nociones del gestoartístico y de la expresividad, usando formas elementales, tanto por su pureza formal como por la razón de poder construirlas mediante procesos industriales sin necesidad de la intervención manual del artista. Aunque a la distancia se puede decir que liberaron al arte de muchas nociones fastidiosas como la de estilo o personalidad, no lograron quitar por completo la figura del Héroe artístico, del Genio. Así que tanto LeWitt como Donald Judd, Dan Flavin, Frank Stella y muchos más, encontraron una plaza sólida en la historia del arte y siguen considerados como semidioses, especialmente en ciertas universidades que ven en el arte norteamericano una referencia, y en el minimalismo una corriente que no puede pasar de moda por ser quizá el último gran movimiento de vanguardia, antes de la locura neo de las 80 que termina de despedazar la noción de un progreso lineal de la historia del arte que críticos como Clement Greenberg, entre otros, defendieron hasta su muerte.

Este trasfondo artístico nada ligero se le presenta a Nicolas Boulard, artista visual de formación, en un puesto de quesos en un mercado francés. Su mirada recorría los distintos productos: quesos de cabra, de vaca, blancos, color hueso, grises, pequeños, grandes, redondos, cuadrados y piramidales. De repente, se da cuenta de que el queso de cabra de Valençay, una pirámide con la puntita truncada, tiene exactamente la misma forma que una de las Formas derivadas de un cubo de Sol LeWitt, al que en ese momento estaba leyendo con motivo de unas investigaciones.

Por dos años esta observación le pareció un tontería, pero después de discutir su visión con varios amigos, comenzó a enterarse de una serie de coincidencias que en realidad no lo son. Por ejemplo, que la palabra fromage (queso en francés) tiene la misma etimología que la palabraforme (forma). El fromage tiene en su nombre lo que le da su forma. Empezando a investigar, encuentra una variedad de anécdotas que vinculan el queso a la historia de las formas y el arte, en tradiciones milenarias de distintas culturas. A partir de estas reflexiones, Nicolas comienza a dar conferencias salvajes en las que expone los resultados de sus investigaciones, publica unosfanzines sobre el tema, y, finalmente, decide hacer las Formas derivadas de un cubo de Sol LeWitt en queso.

Es necesario saber que la obsesión de Nicolas Boulard sobre la relación entre forma y gastronomía es una cosa antigua en su práctica. Al ser el hijo de un vinicultor de Champaña, uno de sus primeros temas de trabajo fue el vino y las reglas seculares que hay que seguir para hacerlo. Entre otras obras, logró hacer vino con agua (vieja historia católica), realizó un muestrario de vino rojo a blanco según la sucesión de Fibonacci, fabricó una falsa cosecha de Romanée-Conti de un año en el que no hubo producción, plantó uvas de Bordeaux en el patio de un centro de arte en Alsacia y realizó vino con uvas compradas en las tiendas de abarrotes y supermercados de una pequeña ciudad de la periferia parisina (no solo bebible, también delicioso).

Realizados en polietileno, los 12 moldes que Boulard realizó, sirven hasta el día de hoy para formar colecciones comestibles de tres tipos de queso: Brie, Emmental y Castelmagno. Sol LeWitt se retorcería en su tumba; en este caso las formas orgánicas toman sus libertades con la geometría. El Emmental se comporta mucho mejor que el Castelmagno, que tiene una fuerte tendencia a derrumbarse en las esquinas, ganando en gusto lo que pierde en majestuosidad formal. En general el resultado es estupendo, y al ver estos quesos bien alineados, fotografiados según la disposición inicial de las serigrafías de LeWitt, uno podría equivocarse y tomarlas por verdaderas esculturas minimalistas —y tal vez lo son.

El artista no se detiene aquí: Boulard inventó toda una ceremonia para acompañar la degustación de estos quesos, incluyendo la fabricación de vestimenta especial, una mezcla curiosa entre toga de graduación y traje masónico. Invita a una congregación de personalidades del mundo del arte para formar su colegio de catadores, aprovechando las costumbres gregarias de aquella carrera, a quienes no les puede gustar más reunirse a cotorrear entre profesionales, tomando y comiendo cosas ricas mientras hablan del sentido del arte y de la vida. Boulard realiza así la proeza de reunir en un mismo proyecto arte minimal, estética relacional y arte conceptual, en una pirueta posmoderna que comenta con humor pero sin ironía sobre el cambio performativo de nuestras existencias, ahora que la acción política perdió definitivamente su alcance sobre la realidad.

Así mismo, a un nivel más filosófico, el proyecto de Boulard subraya la manera sutil por la cual los seres humanos buscan dar forma a sus entornos, y cómo el contexto influye en respuesta a dichas tentativas. Así, Boulard cuenta cómo los quesos se vuelven más pequeños a medida que sus lugares de fabricación se acercan a ciudades grandes, mientras que son gigantes en pueblitos perdidos en la montaña: hay contingencias de espacio y de conservación incompresibles. Por cierto, Sol LeWitt y los minimalistas pensaron su repertorio de formas en el contexto neoyorquino de los 60, en una época que les permitía pensar en el progreso industrial como algo liberador para el artista.

Aunque el proyecto Specific Cheeses (Quesos específicos) se origina en la tradición culinaria francesa, nos dice algo universal sobre lo estático de nuestra identidad en esencia absoluta, especialmente en estos tiempos de globalización y del aumento de un miedo irreprensible de la alteridad. Revela a una Francia convertida en marca cuando se sigue pensando a sí misma como un líder político a nivel mundial: y la figura de LeWitt derrotado bajo la forma de un queso Brie nos da a pensar también en la caída de la influencia estadounidense en general, ya sea en el campo artístico o en otros. Pero, ¿es tan grave? No lo pienso. Todo pasa mejor con un hermoso vaso de Pomerol y un pan tostado con Saint Marcellin.