NOTAS CORTAS
COMERSE LAS FLORES

Los mexicanos somos florífagos por excelencia.El agua de flor de Jamaica, el té de manzanilla y el agua de azahar con que se aromatiza la rosca de reyes, forman parte de nuestro acervo culinario.

Flores se han comido desde siempre, desde antes de que el ser humano conociera el fuego. Y es que el hombre siempre ha tenido la creencia (no tan equivocada) de comer las cosas para adquirir sus características, o bien, sus poderes…  Ya lo decía Brillat-Savarin: “somos lo que comemos”.

El poder de las flores es la seducción. Las plantas se visten de flores cuando más atractivas quieren verse, cuando más coquetean para ser polinizadas atrayendo insectos, aves y otras especies que caen bajo el influjo de sus dramáticos colores y embriagadores aromas.

En la flor, la planta pone todo su esfuerzo, toda su concentración. De ahí que sus sabores sean tan intensos y tantas sus propiedades. Vitaminas, ácidos grasos, minerales, hasta proteínas tienen las flores. Y esos tan cotizados fenoles… aquellos que les dan, entre otras cosas, color, y que funcionan como potentes antioxidantes, fuentes de juventud.

Pero también son arte, estética descarada y provocadora, pura creatividad de Madre Natura. No hay una igual a la otra, y sus colores embelesan e hipnotizan aun a seres que son únicamente instinto. Caprichosa belleza a la máxima potencia, pero efímera al fin. Y es esa angustiosa brevedad lo que nos provoca ansiedad por comerlas, por contagiarnos con tan sólo un poco de todo eso y, por —de alguna forma— hipnotizar y seducir, aunque sea por unos segundos, como ellas lo hacen.

texto — Fabiola de la Fuente

fotografía — Alberto Arango