Arquitectura neoinca
texto y fotografías: Pablo López Luz
La historia de América Latina está escrita en piedras. Rocas labradas que, amontonadas sobre más rocas, han levantado los muros infranqueables de las fortalezas de los reinos prehispánicos. Piedras de nuevas civilizaciones que sobre las piedras de imperios anteriores han alzado nuevas y más altas pirámides. La roca, entonces, se ha transformado en símbolo de poder, y en ésta se han labrado las efigies monolíticas de los grandes dioses (Pachamama, Tláloc, Coatlicue). En el Cuzco, en las ciudades de Sacsayhuamán y Ollantaytambo, en los muros de Písac y, claro, Machu Picchu, se ensamblan paredes con mosaicos de geometrías increíbles que, a través de los siglos, han resguardado las ciudades y baluartes del imperio inca.
Actualmente, las piedras han reaparecido como dibujos o gestos escultóricos de yeso y fibra de vidrio para vestir los muros de los pueblos contemporáneos del Valle Sagrado. Los dibujos geométricos ahora visten las fachadas de restaurantes, bares, agencias y hoteles que reciben a grandes grupos de turistas internacionales que ilusionados visitan las tierras históricas de los imperios antiguos. El símbolo es trasladado, transformado y reinterpretado como escenografía histórica, y el visitante es inmediatamente sumergido en una iconografía incaica inspirada en los parques temáticos. Cabe entonces preguntar si la identidad prehispánica pertenece aún a la constitución de la sociedad contemporánea, o si ésta aparece representada únicamente como simulacro de lo que alguna vez fue.