Texto: Mauricio Ruiz Velasco
Imágenes: Archivo
Como otras disciplinas científicas, la ciencia de la Arqueología tiene su propio lenguaje, y el trabajo cotidiano del arqueólogo es estudiar objetos culturales que en su gran mayoría proceden de la basura o desechos de las civilizaciones antiguas.
En el mejor de los casos, se tiene la fortuna de realizar grandes descubrimientos, como sepulcros reales, ofrendas majestuosas o arquitecturas monumentales, ya sea una tumba egipcia, un sarcófago etrusco o una estela maya. Estos hallazgos fascinantes y llamativos no ofrecen tanta información de una sociedad antigua como los desechos de los mismos grupos humanos que los crearon. En términos generales el oficio de arqueólogo es analizar restos materiales para reconstruir culturas y disertar acerca de las actividades sociales, económicas, políticas, religiosas, etcétera de las sociedades pasadas. Desde hace ya varias décadas los arqueólogos han advertido la importancia del estudio de la basura en la investigación social, tanto en comunidades antiguas como en las modernas. Muchos de los problemas de investigación pueden ser resueltos con información en la basura; requieren que reconstruyamos los patrones de adquisición-consumo desde los desechos, tomando en cuenta los hogares, depósitos de basura, mascotas domésticas y el reciclaje de envases, por mencionar algunos desperdicios.
En los años 70, el arqueólogo William L. Rathje de la Universidad de Arizona, comenzó su famoso “Proyecto Basura” (1973) de larga duración —más de dos décadas— estudiando y analizando la basura contemporánea del relleno sanitario municipal de Tucson, Arizona. En él investiga la administración de recursos a nivel de unidades domésticas modernas, y se encontró información muy importante que la gente nunca menciona en las encuestas socioeconómicas. El anonimato de las casas estudiadas debe ser rigorosamente protegido. Se observó que cuando se preguntaba a la gente qué tipo de basura sacaba al depósito, los encuestados falseaban la información y tenían más higiene cuando se sabían que eran observados. Por ejemplo, el informante no puede decir qué cantidad en gramos comió de papas fritas, o un bebedor de cerveza es reacio a informar cuántas latas consumió. De igual forma, se descubrió que los entrevistados no ofrecían información auténtica de lo que reciclaban, y fueron más confiables los datos obtenidos de lo que dijeron acerca de la basura reciclada de sus vecinos.
El primer paso de la arqueología de la basura basado en este razonamiento es sacar un muestreo y hacer una colección de desperdicios recuperados. El manejo de los desechos se caracteriza por la composición del material. El “Proyecto Basura” logró generar una enorme base de datos de etiquetas (brand, costo, peso, marcas, tipo de empaque, material, etcétera) que permitían inferir muchos aspectos de la dieta y nutrición de la sociedad, y las distintas costumbres de reciclar los materiales. El censo de la basura permitió obtener a nivel de barrio o colonia un estimado de los desperdicios de una comunidad, y determinó que el peso total del plástico generado por día estaba relacionado directamente con el tamaño de la población que lo desecha, por citar un ejemplo. Por otra parte, el estudio arrojó información importante sobre los desechos peligrosos como baterías, pinturas sin usar y aceites para motor; por medio de análisis de construcción de algoritmos, se pudo predecir la concentración de este tipo de desechos peligrosos en los distintos barrios.
El segundo paso metodológico utilizado en el “Proyecto Basura” fue la excavación de más de 15 rellenos sanitarios —Landfills— en todo Norteamérica, incluyendo uno en la Ciudad de México y otro en el metro de Toronto, Canadá. Para obtener las muestras de desperdicio se utilizaron las técnicas tradicionales de arqueología, que fue excavar pozos y trincheras a una profundidad de hasta 32 metros. Los materiales fueron analizados en más de 40 categorías basados en su composición y función. Cada categoría se pesó y midió para sacar su volumen. Muchos de los resultados fueron sorprendentes y ayudaron a plantear nuevas soluciones para las políticas de manejo de desperdicio y el diseño de los rellenos sanitarios. Algunas de las personas encuestadas infirieron que el unicel (poliestireno extruido) utilizado para empacar fast food, ocupaba gran cantidad de espacio en los rellenos. Sin embargo, se comprobó que únicamente ocupaba 3% del total del volumen del relleno. En contraste, la información arqueológica mostró que el papel ocupó gran cantidad de espacio, casi un 40% del total del relleno sanitario. Pero, ¿qué pasa con los rellenos sanitarios a través del tiempo? Los que se encuentran a más de 3 metros de profundidad, incluyendo fluidos, microorganismos y otros factores, se conservan encapsulados en un ambiente más o menos estable y anaeróbico. En estas condiciones, la degradación de la comida y desperdicios orgánicos es más lenta, tarda hasta 15 años. El “Proyecto Basura” excavó hot dogs y otros restos orgánicos que se podían identificar después de 30 o 40 años enterrados; la degradación del papel es todavía más lenta.
En fin, los alcances de la arqueología en la actualidad son muy amplios y diversos. Hoy en día podemos ver, a través de la basura, mucho acerca de las sociedades modernas y sus costumbres. Indiana Jones tendrá que dejar su látigo y fijarse más en los tiraderos.