EDITOR INVITADO
JUVENTUD INDÓMITA

SEX PANCHITOS Y OTRAS BANDAS

texto: José Luis Paredes Pacho

Manifestaciones de una nueva identidad en la Ciudad de México hace tres décadas

En 1983 irrumpió en la opinión pública la imagen de un barrio bajo mexicano diferente: fue la aparición de las bandas, acaso una forma de tropicalización desde abajo del punk anglosajón.

La banda era el nombre genérico de pandillas como Los Rusos, Los Niños Punks, BU=K (Bandas Unidas Kiss),

Los Sex Panchitos, entre tantas que tagueaban paredes con placazos, interpelaban a la autoridad y vestían ropas raídas pero estilizadas: chamarras de cuero negro, estoperoles, lentes oscuros, copetes abultados, pantalones de tubo. Incluso crearon un insólito baile “salvaje”. Al principio de los 80 los periodistas y los antropólogos los llamaron chavos banda.

PUNK NO ES UN ESTILO

texto : David G. Torres

La historia estricta del Punk como movimiento musical eminentemente anglosajón es muy breve. Acaba con Johnny Rotten de rodillas, con el micrófono en la mano, en un escenario sobre el que hay algunas botellas de cerveza rotas que han sido lanzadas desde el público. A su lado Sid Vicious, que durante todo el concierto y como es habitual ha tocado con el bajo desenchufado, sangra al haberse cortado con alguna de las botellas en el pecho. Es la imagen del último concierto de los Sex Pistols, el grupo icono del punk, que tuvo lugar en San Francisco en 1978. Han pasado sólo cuatro años desde que en agosto de 1974 los Ramones tocasen canciones rabiosas de un minuto en el club CBGB de Nueva York, donde un año más tarde también actuarían Television, Suicide, Talking Heads, The Dictators y hasta 30 grupos. Ese mismo verano, en Londres, Malcolm McLaren rebautiza su tienda de ropa con el nombre «Sex» y crea los Sex Pistols. En 1976 aparecen en televisión, sueltan un  par de tacos. Al día siguiente son portada de todos los periódicos y se prohíben en toda Inglaterra. Y el punk explota. Dos años más tarde, el mismo verano de 1978 en el que los Sex Pistols dan su último concierto, tiene lugar en el Artists Space de Nueva York el primer concierto no wave: grupos como Teenage Jesus and The Jerks o DNA intentan recuperar el espíritu inicial, rompedor, agresivo y crítico del primer Punk que consideran se ha perdido, certificando así que el Punk ha muerto.

Pero en ese último concierto de los Sex Pistols, Johnny Rotten lanzará una pregunta cuyo eco traspasa ese breve periodo de cuatro años: «¿nunca os habéis sentido estafados?» El crítico musical Greil Marcus estaba allí. Y tiempo después, cuando escribe Rastros de carmín, la primera genealogía del punk, recuerda que bajo el rechinar de dientes de Johnny Rotten cantando a la anarquía podía oírse el eco de una rabia que, como un fantasma, ha recorrido todo el siglo xx: fundamentalmente en el afán revolucionario de los situacionistas y sus eslóganes antitodo, en los aullidos de los dadaístas y su voluntad negadora o en la furia revolucionaria de los comuneros derribando la columna Vendôme en París. El punk, entonces, no es sólo un movimiento musical, sino la manifestación ejemplar de una incomodidad más amplia frente al sistema económico, político, social y cultural que viene de lejos. «No future» fue uno de los lemas que recogió de movimientos anteriores como el situacionismo o el dadaísmo. Pero, a diferencia de ellos, el punk emergió en medio de la cultura de masas.

Sex Pistols, Damned, Blondie, New York Dolls o Divine aparecen en televisión en programas musicales escupiendo su incomodidad al mundo. Además los Sex Pistols son entrevistados por Bill Grundy en prime time y se oyen por primera vez a través de la caja de rayos catódicos las palabras mierda, joder y viejo verde, lo que les hace ser portadas de todos los periódicos. En Nueva York, Glen O’Brienn y Chris Stein presentan Party TV por donde desfilaban Blondie, Television, Kraftwerk, Tuxedomoon y también Basquiat, Chris Burden o Robert Mapplethorpe. En España, en 1977, un equipo de informativos de actualidad de la televisión pública viaja hasta Londres para reportar sobre un nuevo movimiento juvenil lleno de energía: el Punk. Pocos jóvenes insatisfechos con el orden social y cultural de los años 10 o los 50 del siglo xx pudieron ver a los dadaistas o los situacionistas en acción, sin embargo, en la década de los 70 la televisión irrumpe como medio de comunicación de masas en paralelo a la expansión de la industria musical, y miles de jóvenes en Barcelona, Madrid, México, Estambul, Varsovia, París o Estocolmo oyen esa llamada llena de incomodidad con la que identificarse. La recién estrenada sociedad masmediática provocó la expansión del Punk, desbordando el ámbito anglosajón y abriéndose más allá de la música. Una expansión que supera el fenómeno histórico concreto y convierte el punk en un adjetivo que califica una manera de entender el mundo: crítica, radical, anti, libre…

Si el Punk no es un estilo, ni tan sólo un movimiento musical es porque el punk es una actitud. Una actitud hecha de rabia, velocidad, ruido, incorrección, inconformismo, negación, oposición y provocación que atraviesa el siglo xx y que se prolonga más allá de los 70, más allá del contexto anglosajón y más allá de la escena musical. Una explosión cuyos efectos hacen del punk una de las referencias culturales del siglo xx que más huella ha dejado. La actitud punk está también muy presente en el arte contemporáneo que, marcado por un espíritu crítico y cuestionador, parece el territorio más propicio para seguir sus rastros. También, porque existe una estrecha relación entre Punk y arte: desde los primeros conciertos de grupos Punk en las escuelas de arte inglesas, pasando por los miembros de bandas estadounidenses que estudiaban o habían estudiado Bellas Artes, hasta los conciertos no wave en centros de arte.

PUNK. Sus rastros en el arte contemporáneo son el resultado de más de 10 años de investigación en proyectos y textos que buscaban reconstruir una genealogía de radicalidad en arte y cultura contemporáneas. Así, su propósito es recoger la influencia del Punk en el arte actual como actitud y no únicamente como movimiento musical; establecer una genealogía que llegue hasta nuestros días o, retomando la expresión de Greil Marcus, seguir sus rastros hasta el presente. También es un intento de respuesta a un par de preguntas muy sencillas: ¿existe la radicalidad en arte y cultura?, ¿podemos seguir creyendo que los creadores trabajamos desde el antagonismo y la rabia? Trataría entonces de corroborar una intuición: que más allá de las divisiones que se puedan establecer entre artistas, tendencias o medios utilizados, hay un ruido rabioso que une a muchos creadores. Es decir, que la actitud punk, fruto de esa historia que se remonta al dadaísmo pasando por el situacionismo, está muy presente en la producción artística contemporánea. Esta exposición pone de relieve hasta qué punto los ecos de la actitud punk –los motivos que llevan a la insatisfacción, el inconformismo, la pérdida de fe en el progreso o la crítica feroz a los iconos del sistema económico y social– son intrínsecos a la práctica de muchos artistas. Recogiendo la famosa frase de «punk is (not) dead», se trata de aseverar que efectivamente es así, que el punk es un muerto viviente, un zombi que ha seguido ganando adeptos. ¿Y si los rastros del punk que recorren el siglo xx y que plantea Marcus hubiesen saltado la frontera del milenio y se hubiesen plantado en pleno siglo xxi?

Algunos de los más de 60 artistas reunidos en la muestra fueron testigos y actores de la explosión del punk en los 70, sumando a su actividad artística el ser auténticos incitadores y activistas. Otros son anteriores: se anticiparon y demuestran el lazo histórico del punk con otros movimientos radicales. En muchas producciones actuales, el punk aparece como una referencia explícita, que se plasma en el uso de elementos como el ruido, la tipografía de recortes, el antidiseño y el feísmo, o en la inclusión de referencias musicales directas. La exposición también presenta los rastros del punk en la actualidad como actitud: la negación, la oposición y la destrucción; el «hazlo tú mismo»; la referencia al miedo y el terror en una sociedad que aliena a los individuos; esa misma alienación que provoca estados psicóticos; la valorización de lo que se sale de la norma; el nihilismo; la crítica al sistema económico y la anarquía, o la reivindicación de la propia libertad sexual, del cuerpo como lugar de batalla.

A través de los rastros que ha dejado en la producción artística contemporánea y de su fuerte influjo, la exposición acaba revelando los principales elementos que definen el punk como una forma de entender la cultura y, por extensión, de estar en el mundo. También traza los principales elementos que enmarcan la aparición del punk: el uso del terror y el terrorismo como excusas para un retorno al conservadurismo y convencionalismo de las costumbres, o la crisis económica ligada a la gestión de la escasez que conllevaba el final del sueño en el progreso y una generación abocada al desempleo y la falta de esperanza. El “no future” certifica el fin de un posible horizonte de convivencia y utopía. El punk, como réplica de una genealogía de movimientos radicales en el siglo xx, es la constatación del fracaso de la sociedad contemporánea. Y ese fracaso no sólo sigue estando presente, sino que conforma nuestra contemporaneidad.

A la manera de un reflejo, la exposición manifiesta cómo los principales aspectos de la crisis social y política de los 70 siguen siendo vigentes y cómo, para expresar su inconformismo y su rabia, los artistas han recogido los rastros del punk.

Su nombre bilingüe mostraba una especie de cosmopolitismo de barriada, si es que eso es posible: Los Sex Panchitos. Ese nombre descolocó la noción estática y unidimensional de identidad nacional ostentando la irrupción de otro México, no el del bucólico Pancho Villa —ni del “retrógrada lumpenproletariado” de la literatura marxista—, sino uno que oía a Iron Maiden, Black Sabbath, Los Ramones, Toncho Pilatos y El Tri, en un arrabal del poniente capitalino.

El 19 de septiembre de 1985 aparecieron entre las brigadas de jóvenes voluntarios chavos de aspecto “violento” —pelos parados, tatuajes y aretes— que llevaban alimentos o levantaban piedras en las vecindades destruidas. Su comentada reaparición mediática durante el terremoto me pareció una metáfora de la irrupción cultural del subsuelo mexicano.

FOTOGRAFÍAS:

José Luis Paredes Pacho, 1983

DIBUJOS:

pp. 85, 87, 97 Colección privada de José Luis Paredes Pacho.

p. 89 “Colectivo Cambio Radical Fuerza Positiva” (C.C.R.F.P.), No. 2, México D.F., 1987, p. 13. *Este Fanzine NO está incluido en el Fondo Fanzinoteca del Museo Universitario del Chopo.

p. 95 “Colectivo Cambio Radical Fuerza Positiva” (C.C.R.F.P.), No. 3, México D.F., 1987, p. 4-5. Colección Álvaro Detor Escobar “El Toluco”, Fondo Fanzinoteca del Museo Universitario del Chopo.