GABINETE
FABIEN CAPPELLO

Texto: Mario Ballesteros

Imágenes:  Varios Autores

En lugar de señalar el uso inteligente de recursos, la palabra inglesa resourcefulness —de raíz francesa, ressourse (recuperarse, resurgir) que a su vez viene del latín surgere o alzarse— se traduce en español como ingenio o inventiva: una capacidad imaginativa para crear a partir de nada. Hay algo que se pierde este cambio de sentido, que enfatiza más el genio creativo, el esfuerzo intelectual, lo inmaterial: aquello que surge como por arte de magia o por obra del espíritu santo. En cambio, resourcefulness tiene mucho de destreza terrenal y pragmatismo material, de hacer mucho con muy poco, aquí y ahora.

lo largo de la aún breve pero intensa carrera del aún joven pero avezado Fabien Cappello, esta inventiva material ha sido el hilo conductor de una exploración personal y profesional que lo llevó de su París natal a dibujar un camino personal extraño que hasta ahora ha tocado base en Lausana, Londres y la Ciudad de México.

Fabien llegó a Londres en 2007, apenas meses antes del colapso financiero global que tanto se ensañó con el Reino Unido, a estudiar en el Royal College of Art (rca), atraído por Martino Gamper y Jurgen Bay. “Me mudé a Londres por Martino. Yo estaba estudiando en la École Cantonale d’Art de Lausanne (ecal) en Suiza y Gamper estaba programado para dar una charla. Me cautivó tanto su energía que fui a buscarlo después del taller para preguntarle dónde estaban dando clases, y esa misma noche decidí inscribirme en el rca.” En aquel momento, Gamper encarnaba perfectamente el espíritu de resourcefulness que tanto sedujo a Fabien desde el principio. “Martino era todavía súper joven, no tenía tantos clientes famosos ni proyectos grandes con grandes presupuestos grandes como ahora; su onda era más ser ingenioso con los recursos que tenía a mano… En su charla presentó puros proyectos que no involucraban dinero… eso me fascinó.”

La ciudad atravesaba por una época crítica, donde el resourcefulness era no sólo una herramienta creativa, sino una estrategia de supervivencia. “Llegué a Londres un año antes de la crisis. A la gente que se graduó unos años antes que yo todavía les tocó que las instituciones públicas o las grandes marcas inyectaran dinero en sus proyectos. De repente nos dimos cuenta de que saliendo de la escuela nosotros no tendríamos las mismas oportunidades.” En esos años, los jóvenes —sobre todo los diseñadores o creativos— tuvieron que encontrar otras formas de hacer cosas: compartiendo espacios o herramientas de trabajo entre amigos, haciendo trueque o intercambiando ayuda. (El sharing economy sin disrupción digital, antes de que se volviera un eufemismo para la generación del precariato.)

Durante ese verano de 2011, las dificultades económicas y las tensiones políticas y raciales escalaron al grado de que los saqueos y disturbios sacudieron varias zonas de la capital británica, trayendo a la mente imágenes del conflicto y la decadencia urbana de los años 70. Al igual que entonces, en medio de la desazón y el desastre, Londres se reafirmó como un epicentro de cultura alternativa. Pero en lugar de películas de Derek Jarman o canciones de los Sex Pistols, el disenso creativo se empezó a colar al trabajo de la nuevas promesas del diseño londinense, como Max Lamb, Bethan Laura Wood, Tomás Alonso, Philippe Malouin y, por supuesto, Fabien Cappello. “No sé si pueda comparar ese momento con algo que nunca viví (la escena punk de Londres en los 70 y 80). Lo que nosotros percibimos y sentimos es que era un momento en que las cosas estaban cambiando. Londres siempre ha sido una ciudad donde las cosas se pueden reinventar: es un lugar que te permite ser tú mismo. Quizá eso la hace punk en cierto sentido: que frente a la adversidad o la dureza política se creó un movimiento hermoso donde cada quien se podía permitir ser lo que fuera, decir lo que querían decir.”

En diseño, la producción experimental se enfocó en el aprovechamiento y enaltecimiento de materiales y tecnologías low cost y una producción híper local. El Christmas Tree Project de Cappello representa muy bien esta etapa de su vida profesional. El proyecto arrancó a partir de una pregunta por cuál podría ser una materia prima auténticamente local. Cada enero, alrededor de 2 millones de arbolitos de navidad inundan las calles de Londres después de las fiestas. Fabien decidió convertir este material de desecho en piezas de mobiliario únicas con técnicas básicas de microfabricación. “Los arbolitos eran un recurso al que fácilmente podía acceder cualquiera:  la gente simplemente los botaba en la calle, cientos de miles de árboles. Empecé a coleccionar los árboles, secando la madera, probando cómo podía transformar ese material que no es necesariamente bello ni tiene ninguna propiedad especial, en algo valioso.” El proyecto fue tremendamente exitoso, y acabó exhibiéndose en una de las galerías de diseño más prestigiosas de Londres: Libby Sellers. Pero sobre todo, fue representativo de una época de la vida de Fabien y su experiencia londinense: “Londres era nuestro territorio, queríamos producir diseño en Londres para Londres, la ciudad misma se volvió un proyecto de un diseño local radical.”

Londres siempre ha sido una ciudad donde las cosas se pueden reinventar: es un lugar que te permite ser tú mismo.

La idea de la ciudad misma como proyecto de diseño resuena mucho en el proyecto Streetscape, realizado con apoyo de la galería Stanley Picker para el deslucido distrito de Kingston. Cappello decidió crear una serie de coloridos y juguetones prototipos de mobiliario urbano, unas adaptaciones que suavizan y activan (algunos dirían que “humanizan”) la infraestructura preexistente: portabicicletas, bolardos/taburetes con asientos pintados, pequeñas mesas de apoyo, maceteros, señalética, basureros. Todos estos son objetos inocuos, casi imperceptibles, que casi sin que lo notemos mejoran nuestra experiencia de movernos, trabajar y convivir en ciudad. Estas pequeñas e inocentes adaptaciones invitan a la apropiación sutil del espacio urbano, con la naturalidad y la comodidad y familiaridad del que anda como por su casa, ocupando la calle con sentido de seguridad y pertenencia.

Con el transcurso de los años, las mismas razones que hicieron de Londres una ciudad imán para Cappello —que todavía se considera un “diseñador londinense”— fueron las que lo empujaron a dejar la urbe una década después. “Creo que 10 años fueron suficiente. Mis amigos acá me dicen que soy de las primeras víctimas del Brexit, porque llegué a México justo unos días antes. La verdad es que llevaba ya un par de años contemplando irme de Londres —y muchos de mis amigos diseñadores o creativos igual que yo—. Simplemente se volvió una ciudad imposiblemente cara. Nunca he querido trabajar para poder pagar la renta de mi taller; siempre he necesitado trabajar también para aprender, poderme tomar tiempo para hacer las cosas, investigar, arrancar mis propios proyectos y a veces también perder el tiempo. Todo esto se volvió un lujo imposible en Londres.”

A la Ciudad de México vino unas semanas de vacaciones, y se quedó enganchado. Según él, tuvo una especie de epifanía caminando por la calle Artículo 123, entre ferreterías y refaccionarias. “Caminando por esas calles empecé a sentir una cosquilla que me recorrió el cuerpo. La verdad es que me pareció una pésima razón para mudarme acá: ¿en serio? ¿Tuviste una visión de vivir en la Ciudad de México y por eso lo vas a hacer? No pude hacer nada al respecto. Me conquistó.”

“Lo que nunca me esperé de la Ciudad de México es que me sorprendiera cada día, pero así es...”

Mucho tuvo que ver la cultura material de México, el peso de la artesanía y la forma en que en esta ciudad persiste la pequeña industria, el microtaller familiar donde se sigue pasando el conocimiento de generación en generación, un conocimiento tácito en lugar de entrenamiento profesional. Donde se piensa más con las manos, menos con la cabeza. Donde se hace un diseño intuitivo y visceral, menos abstracto y estricto.

Ahora que lleva algunos meses viviendo acá, Fabien se da cuenta de que muchas de sus expectativas estaban equivocadas. Pero no se lo toma a mal: al contrario, agradece tener una percepción más completa y compleja de lo que ofrece esta ciudad en términos de inspiración y aprendizaje creativos. “Lo que nunca me esperé de la Ciudad de México es que me sorprendiera cada día, pero así es: cada vez que salgo a la calle, me topo con algo alucinante: algo increíble de comer, tiendas y objetos fascinantes, gente interesantísima. Hay miles de cosas interesantes —aunque quizás no tanto diseñadores.

Esa falta de interés en la escena contemporánea de diseño local lo ha llevado a escarbar más en la historia desconocida del modernismo tropicalizado y también en la producción informal y vernácula. Ambos han sido para él un descubrimiento: “Estoy aprendiendo muchísimo. Algo que me parece increíble es la versión tan peculiar de modernismo que hay en México, todos estos ejemplos de arte y arquitectura que nadie conoce en Europa. Se sabe algo sobre Barragán, sobre Legorreta… y ya. No sabemos nada de esta producción de décadas de proyectos y edificios alucinantes. Ésa ha sido una de las mejores sorpresas. Los diseñadores acá están buscando en el lugar incorrecto, están mirando y tratando de emular lo que sucedió en Europa o Nueva York hace 10 o 15 años. Está muy bien tener conocimiento de lo que ocurre fuera, pero hay tantísimas cosas interesantes aquí en México que siguen siendo tan relevantes para ejercer diseño en este país. El problema es que el diseño acá todavía se entiende como una forma de ser cool (o de hacer negocio), falta investigación, falta sensibilidad al contexto. Ahí hay un fallo en la visión y en la vocación auténtica de un diseñador: crear un entorno material nuevo y significativo de cara al futuro.”

Por lo pronto, el futuro de Fabien está en México, donde ha empezado a explorar nuevas ideas y, después de unos meses de descanso, investigación y deriva, se encuentra aterrizando nuevos proyectos y colaboraciones. “En Londres me sentía seco y México me ha devuelto la energía, me volvió a encender el fuego interno. No sé qué tanto entienda de este país y esta ciudad, pero tampoco me preocupa demasiado: mi trabajo al final siempre es muy personal... ¿Por qué México? No sé, simplemente es tan bello. Creo que mucha gente se va a un lugar extraño o cambia de vida porque se enamora de alguien que los lleva; en cambio me enamoré del lugar. Seguro que no va a durar por siempre —igual que una relación—, pero estoy aquí ahora, y estoy feliz. No me preocupa mucho lo que vendrá mañana, quiero quedarme un par de años, luego ya veremos.”

“El mobiliario que puedes encontrar en el mercado de San Cosme está hecho por el mismo herrero. Héctor M. tiene un pequeño taller en la calle de Serapio Rendón, donde ha producido todo el mobiliario para el mercado además de otra gran variedad de trabajo en metal. Desde portones hasta sistemas de extracción de aire. El mobiliario tiene un lenguaje maravilloso casi arquetípico, pero cada pieza está adaptada con precisión a la necesidad de cada puesto. A pesar de que los acabados en sus piezas puedan ser un poco rudos, es fácil apreciar la extrema belleza de su estructura y proporción.”