Texto: Gabriela Jáuregui
Ilustraciones: Theo Michael
Vaso de Clamato sudando condensación: lo único fresco que siento en mi cuerpo es la palma de la mano. En la mesa de al lado: una niña dibuja un arco seguido de otro y así, en pares, va poniendo varios en su hoja blanca. Combinan con las orillas de la hoja, que se han vuelto holán por la humedad. Golpe de nostalgia en la panza: el recuerdo de mi esmero al dibujar esos mismos arcos, negros, grises, a veces azules. Pájaros: más suaves, suficientes como para poblar una película de Hitchcock. Especies de nalgas flotantes: supuestamente aluden a las gaviotas, es decir, aves en general en el imaginario plástico de tantos. Me quedo pensando en la gaviota, en las nalgas.
En la playa frente al restaurante: dos zarapicos persiguen las olas. Corretiza cómica. Unas adolescentes se asolean boca abajo, sus pompas, los ecos perfectos en tercera dimensión de los dibujos de la niña de al lado. Y claro, las gaviotas: arriba, flotando en sus termales. Bajan a pararse sobre la arena, picotean restos de comida olvidados por los turistas. Hace años: otro restaurante, otra playa. Una gaviota me cagó en el hombro. Gigante mierda color kaki. En francés existe un tono de verde que se llama caca de oca. Pues así. Pero ni en ese entonces ni ahora entiendo en qué se relaciona la caca de pájaro con la suerte. Y si es de gaviota, menos. Miren: la gaviota al pararse en la playa ha logrado que se desvanezcan los zarapicos. Son las palomas de otras latitudes. Vuelan bien con sus alas largas, tan retratadas por todos los niños, y yo no sé volar, así que no las juzgo. Pero allí paradas, son la imagen misma de la ignominia. Tienen un cuello que más bien parece papada de parte entera que termina en su huevo de cabeza, culminando con ese pico angulado, rapiñoso dedo de bruja artrítica. En cambio: los pelícanos son la imagen misma de lo digno. La desgracia llamada gaviota me lleva a pensar en la gracia del pelícano. Cuello plegable, garza gargantúa, tecnología avanzada de picada, alzada y salida al vuelo. ¿Alguna vez han visto a un pelícano en acción? Elementos: aire y agua. También hay algo de fuego en su velocidad. Bomba de plumas. Sale con un pescado en su bolsa de agua tan específica, especializada, especial. ¡Bum! Se lo traga. ¡Bum! Otro más. Canasta: los puede almacenar (¿completos? ¿A medio masticar?) en su cuello.
Cuello plegable, garza gargantúa, tecnología avanzada de picada, alzada y salida al vuelo. ¿Alguna vez han visto a un pelícano en acción?
Duda: cómo es que no hay más material dedicado a los pelícanos. ¿Dónde los pelícanos libro, los personajes pelícano memorables? Cuál historia o fábula pelícano. El título de una película, a su vez basada en un libro, sí. Poco tienen que ver con el emplumado ovíparo. Cuál Juan Salvador Gaviota ni qué ocho cuartos. Cuál actriz de telenovela idiota. Ah sí, el simpático pelícano de Nemo, okey. En realidad es el héroe de la película. Es quien informa al padre del paradero de su hijo, es quien inicia la acción de rescate. ¿Pelícanos memorables de la historia, de la literatura, de la leyenda? ¿Pelícanos tótem? ¿Medicina pelícano? ¿Pelícano nahual? Nel. ¿Quién canta su gracia? ¿Quién su destreza, su picudísima existencia, su planear por la misma? Una cumbia, de perdida… ¿no? Nada. Expediente mental: informe pelícano. La búsqueda del pelícano en las artes. La búsqueda del pelícano arquetípico. Hamaca: hay que menear esas ideas, reposarlas. Biología: mientras dormito, hago una lista mental de las especies distintas de pelícanos: unos de plumas más grises, otros más cafés, otros blancos. Erythrorhy, el blanco, occidentalis, el café, thagus el peruano, más colorido que un tucán. Alcatraz: la isla, se llama así por los pelícanos. Es decir: la palabra en sí viene de una deformación en el español del árabe al-caduoz, canasta de agua. Como los buches de mis pelícanos, flores rellenas de agua, peces y más. Cierro los ojos: vuelvo a pensar. Más imágenes: pelícano Z flotando en el agua. Búsqueda etimológica en la palma de mi mano (es decir: al alcance de la tecnología, pues): el nombre pelícano, siempre pensé que venía del latín para pelo cano, ya que son aves canosas de plumas blancas y grises y cafés o negras, pintitos pues. Mi pelo, enredado por la brisa, también presenta pelo tipo cana. Así: cada vez me caen mejor. Pero no, dixit la interné que viene del griego pelekus, que es hacha, por eso de su pico. A mí no me engañan.
Cierro los ojos: recuerdo esa imagen de la madre pelícano picándose el pecho para darle sangre a sus hijos cuando no hay qué más comer. De vez en cuando, despeinados, parecen imponentes cigüeñas, pero palmípedas. Quizá pienso en las cigüeñas por eso de la madre pelícano tan sacrificada. Duda existencial: ¿Seremos así nosotras? Entre pestaña y pestaña me asomo a ver si han vuelto los zarapicos o si las gaviotas despejan, o si veo un pelícano. La niña en la sombra de una palapa, haciendo hoyos en la arena. Chiquita. Los pelícanos son grandes e imponentes. Cierro los ojos. Veneno: me vienen imágenes de pelícanos llenos de petróleo. Son de las primeras víctimas de esos desastres porque necesitan meterse al agua para comer. El agua: una trampa. Pero al rato: dos flotando en el horizonte del mar tranquilo. Origamis emplumados. De pronto: uno emprende el vuelo. Es un ave nave. Sube como si ni fuera a subir y levanta el vuelo, así de pronto, así nomás. El otro pelícano se queda allí, flotando con todo su poderío doblado, escondido. Los pelícanos son maestros del camuflaje: si no, cómo es que sus casi tres metros se repliegan en una bola de acaso un metro, rete circunspecta. Sueño.
Calor: mi búsqueda me lleva por fin a otra playa, otra cama. Me cuenta él que conoció un pelícano peculiar. Juanito: un pelícano domesticado. Otra playa, otro momento. Llegaba aleteando: una danza de buitre o pterodáctilo haciendo un ruido que él imita.
Suena a una foca, pero suena creíble. El dueño de Juanito: igual de peculiar que su mascota. Pinche Juanito, me cuenta él que así decía el dueño, denle un pescado al pinche Juanito. Y que Juanito seguía con su ruido como de foca. Entonces el dueño le metió el brazo hasta el fondo del pico, se veía como movía el brazo a través de la piel delgada de la bolsa del pico. Ave alquimista: su buche mágico donde el agua salada se transforma en agua dulce. Transformación y movimiento: como bebé dentro de la panza de su madre. Y lo saca: pinche Juanito, te tragaste una lata. Nos reímos mucho él y yo. Nos besamos. Nos hacemos sudar más.
Afuera: un pelícano, sin nombre, se posa con toda esa gracia tan suya, sobre la palmera.
... el nombre pelícano, siempre pensé que venía del latín para pelo cano, ya que son aves canosas de plumas blancas y grises y cafés o negras, pintitos pues.