Por Oscar Benassini
Ilustración : Rodrigo Tovar
Conocí a Arturo Vega en julio de 2012, en la terraza del Hotel Ramada del DF. Vega era el chihuahuense mítico que a los
23 años, en 1970, se mudó a Nueva York y tomó como trinchera el Bowery buscando hacer vida y arte; cuatro años después, en 1974, Vega estaba diseñando el histórico escudo de los Ramones para la tocada de Unsigned Bands Festival, en el CBGB (donde también tocaron Patti Smith y los Talking Heads).
Arturo Vega murió en Nueva York, el 11 de junio de 2013. The New York Times publicó:
Arturo Vega, who was often called the fifth Ramone for serving as spokesman, logo designer, T-shirt salesman, lighting director and omnipresent shepherd for the Ramones, the speed-strumming punk quartet that helped rejuvenate rock in the mid-1970s, died on June 8 in Manhattan. He was 65.
En el Ramada, Vega me platicó que meses atrás, en Berlín, se había topado con un grupo de adolescentes que portaban playeras con el logo del águila y el bate de beisbol. Cuando les preguntó acerca de la historia del escudo estampado, los niños no supieron responder. El logo de los Ramones, el ícono non plus ultra del punk, se había convertido en el nuevo Fido Dido de la mercadotecnia textil, tan absurdo como el pajarraco nazi de Boy London, pero menos ostentoso que el cocodrilo de Lacoste: un motivo ornamental neutral, de la talla de la foto del Che Guevara tomada por Alberto Korda, souvenir para el anarquista de aparador. La prenda la vende H&M, aunque tampoco es seguro que todos los adolescentes que visitan el Tianguis del Chopo conozcan la historia del punk.
En ese momento a Vega le incomodaba no tanto la mercantilización del punk, sino la ausencia de la rebeldía hormonal, la ignorancia acerca de la historia popular reciente y la pasividad de los jóvenes. Una letanía añeja, o queja de cascarrabias, pero totalmente fundamentada. Sin embargo, Vega sabía que ese meteoro había caído violentamente en un punto determinado y en un tiempo irrepetible.
El punk, al igual que otros fogonazos de inconformidad popular, hoy es caricaturesco. Como lo son algunas formas de represión política, la hipocresía social, el activismo institucional y la disidencia frígida.
A tres años de la muerte de Arturo Vega, hagamos un visita guiada por una colección de escenas antipunk.
Esos raros peinados nuevos
Heredero del eterno régimen autoritario norcoreano, Kim Jong-un (al igual que Richard Hell en los 70) reconoció la importancia del look en la propaganda: adoptó el corte de pelo de su abuelo, Kim Il-sung (inventor de la República Popular Democrática de Corea) y lo impuso como tendencia obligada entre la población masculina del país; este culto a su desamparada personalidad disfrazado de homenaje a las generaciones pasadas, remata con broche de oro la castración capilar masiva impuesta a los jóvenes norcoreanos en 2003, por la que deben elegir entre 10 cortes de pelo implantados por el Estado. El descabellado mandato de Kim Jong-un busca extinguir la seducción de Occidente en la cultura norcoreana.
Recordemos que, desde siempre, el cabello ha sido un fetiche de poder: los escitas y los cheyenne cortaban el cuero cabelludo de los enemigos vencidos, el ejército y la Mara Salvatrucha rapan a sus nuevos miembros, a la prisión te ingresan pelón, el héroe bíblico Sansón almacenaba una fuerza sobrehumana en sus trenzas.
Recordemos a Elvis Presley y a los Beatles, punks primordiales.
Punk: Chaos to Couture, una contradicción total
En la primavera de 2013, el Museo Metropolitano de Nueva York organizó la exposición Punk: Chaos to Couture, una revisión histórica disfrazada de reivindicación estética. El arte en el museo es fuente del gusto burgués, por lo tanto es plenamente contradictorio presentar al punk como una categoría estética, en palabras del curador y artista mexicano Guillermo Santamarina: «es la cúspide de la institucionalización».
El ex líder de los Voidoids, Richard Hell, tildado de ser el primero en usar prendas rasgadas e intervenidas, ha dicho que «hay algo inherentemente triste en la ropa, en la moda, sin importar qué tan bonita o eficaz sea. La ropa está vacía». La exposición del Met mostraba la “moda punk” en maniquíes sin rostro, una museografía totalmente despersonalizada, la cosificación de, probablemente, el último de los erotismos sociales. Nada menos punk.
¿Por quién doblan las campanas del pensamiento independiente?
No sólo a los gobiernos autoritarios les estorba pensamiento independiente, también la sociedad (esa masa madre) ha desarrollado métodos de autocontrol y autocensura (casi siempre mediática), mediante la perversión de la crítica y la denuncia pública. Nuestra sociedad, que sigue siendo una ostra, no ve con buenos ojos al antisocial, parafraseando a Roberto Calasso: al cerebro individual que no forma parte del cerebro inmenso y capilar constituido por todos los cerebros, cualesquiera que sean, porque actúan en red y se hablan entre sí (la sociedad).
Ser uno, ser una isla, resulta nefasto. Hay un castigo especial para el que no participa del consenso impuesto por la población de las redes sociales (virtuales, pero también “reales”), que va desde la descalificación por acarreo o el cotilleo de ocasión que vuelve público lo privado, hasta las enardecidas campañas relámpago de linchamiento personal o el destierro social y profesional.
Sólo la reina reprime. No hay nada menos punk que un pontífice freelance.
NO FUTURE
Rechazar la idea de un futuro, o de el futuro, asusta a los que persiguen el progreso (esa enfermedad transmitida por el modernismo), la promesa de una vida mejor: no hoy, sino mañana. Los textos del Nuevo Testamento y los de J.G. Ballard, las visiones de Hanna-Barbera y de Hideaki Anno, incluso el contraste cínico entre las ideas de Bernard Rudofsky y Le Corbusier, proyectan una replicación de un modelo social jerárquico, utópico o distópico, pero que hace una distinción binaria entre aquello que es bueno y lo que es malo.
El famoso No Future punk no era necesariamente una consigna nihilista o pesimista. La declaración incrementa su valor cuando se lee como un credo contra las condicionales económicas y sociales en las que está cimentada nuestra sociedad: No hay futuro, no queremos futuro, vivamos hoy, adelantémonos al futuro.
Nuestra sociedad busca constantemente reducir riesgos. Nos aterra el desencuentro, el disenso, procuramos la civilidad, queremos el consenso de ideas, un futuro construido mediante el diálogo, el derecho a la educación, al empleo, a la jubilación digna, a una vivienda y a todas las medicinas que nos puedan ayudar a prolongar nuestra existencia. Pedimos participar. Rechazamos la incomodidad y la precariedad. Pedimos a los gobiernos del mundo legalizar las drogas, legalizar los matrimonios del mismo sexo, pedimos Internet para todos, pedimos que todos lean, que todos podamos emprender nuestros negocios, pedimos, básicamente, la neutralización de la libido. Somos, directamente, la tía alcahueta de la multiforme democracia, los amigos del orden. No somos nada punks.
Construcciones artificiales
El punk es un concepto mutante; su energía o eco se intensifican precisamente porque no significan nada, sino que pueden denominarlo todo: cualquier actitud o acción distinta, o en contra, de lo establecido por la masa. En 1992 el gobierno de Singapur, la denominada Ciudad del Futuro, prohibió la venta de la goma de mascar debido a la conducta incivilizada de sus consumidores, que pegaban el chicle ya insípido en paredes y puertas de la ciudad; desde 2004 la goma se vende con receta para tratamientos relacionados con la salud bucal.
El caso es que: masticar chicle puede ser punk si las autoridades lo prohíben, sobre todo si mascas con estilo. Hasta que nos prohíban algo más.