Texto: Daniel Garza Usabiaga
Imágenes: Cortesía del autor
Aunque hoy en día es ampliamente conocida, la cerámica de occidente de México se empezó a estudiar y a popularizar hasta los años cuarenta del siglo XX. Además de antropólogos, este proceso involucró a críticos e historiadores del arte, artistas y arquitectos. Fueron ellos los que articularon una estética alrededor de esta forma de arte precolombino y la catapultaron dentro de la cultura visual de esa época. Hasta los años cuarenta, de hecho, la atención institucional hacia las llamadas culturas de occidente había sido escasa, tanto por parte de investigadores nacionales como extranjeros.
Por ejemplo, se utilizaba el término Tarasco para designar a toda la multiplicidad de grupos que comprendían esta región. Se puede suponer que al no contar con notables centros ceremoniales, arte monumental o un panteón de deidades, no hubo un franco interés por el desarrollo de iniciativas institucionales hacia el estudio de dichas culturas. A estos factores también se le puede sumar la percepción de la cerámica como un arte menor. Esto puede explicar, en parte, por qué los acervos institucionales de este tipo de cerámica son, por lo general, limitados o, por lo menos, carecen de piezas notables como las que se encontraban en algunas colecciones privadas (como la de Diego Rivera o Kurt Stavenhagen).
Valdría la pena mencionar que la valorización de la cerámica de occidente sucedió en paralelo con la construcción de la nueva carretera ciudad de Mexico-Morelia-Guadalajara. La construcción de esta autopista agilizó el comercio de estas piezas y su exposición internacional. No se debe olvidar que durante la década de los treinta varios puntos de Michoacán se perfilaron y funcionaron como destinos turísticos de alcance internacional. La cultura y la naturaleza de este estado fueron explotadas de distintas maneras con este fin. El interés y la adquisición de estas piezas fue un fenómeno transnacional. En el viaje que realizó a México en 1938, André Breton visitó Guadalajara. En ruta, pasó por Michoacán donde adquirió ejemplos de este tipo de cerámica para su colección particular. Las colecciones de cerámica de Occidente representan el número más cuantioso de piezas de arte prehispánico de México dentro de los museos de los Estados Unidos. Más de 80 instituciones cuentan con acervos con este tipo de piezas. Este par de ejemplos evidencian cómo la popularización del arte prehispánico del Occidente de México a partir de los años cuarenta llegó a tener un alcance más allá del territorio nacional.
En México, Diego Rivera fue una figura clave para la valorización de la cerámica de occidente. Fue, sin duda, su principal coleccionista. En 1946, junto a Salvador Toscano, organizó la primera exposición sobre dicha cerámica en el Palacio de Bellas Artes: Arte precolombino del Occidente de México. Para la muestra amasó una colección de piezas que conjuntaba obras de su propiedad así como de otros personajes como Stavenhagen, Max Cetto, Roberto Montenegro, Manuel Álvarez Bravo y Carlos Pellicer. La exposición tenía la intención de esclarecer una serie de malentendidos así como brindar información científica sobre las culturas de occidente. Por ejemplo, se especificó por primera vez que Tarasco era sólo un grupo dentro de la diversidad de las culturas de Occidente. La muestra, quizá sobre cualquier otro asunto, buscó subrayar la estética de la cerámica. Toscano fue el encargado de realizar esta tarea. De acuerdo a sus ideas, la cerámica de occidente cuenta con una tipo de humor que la sitúa en línea con la caricatura, como puede ejemplificar la figura de un perro que lleva puesta una máscara con el rostro de un humano. Al relacionar este tipo de arte prehispánico con la caricatura, Toscano establecía una continuidad cultural entre el arte del pasado con el arte moderno mexicano. Desde su perspectiva, también, fue posicionada como antecedente de una estética de vanguardia, principalmente en relación a la estrategia del collage y del ensamble de elementos incongruentes, comúnmente asociado con el surrealismo (como sucede con una figura de un pez con cabeza de humano o un torso que termina con piernas en forma de serpiente). De hecho, antes de la exposición en Bellas Artes de 1946, Rivera había prestado algunas de sus piezas para ser exhibidas - a la par de obras de Wolfgang Paalen, Yves Tanguy o Henry Moore - en la Exposición Internacional de Surrealismo que tuvo lugar en la Galería de Arte Mexicano en 1940.
En Arte precolombino del Occidente de México, las piezas fueron expuestas de dos formas. Una era de manera individual sobre una base, como sucede con la escultura de pequeño o mediano formato. Rivera, también, articuló escenas con distintas piezas de cerámica creando especies de dioramas poblados de personajes que parecían interactuar unos con otros. El muralista murió antes de que el Anahuacalli, museo que construyó para albergar su colección de arte prehispánico, fuera inaugurado en 1964. Por lo mismo, sólo diseñó completamente el espacio de exhibición de la planta baja. Si hubiera concebido la totalidad del display quizá el museo presentaría construcciones de escenas hechas con las piezas de cerámica, tal y como sucedió en la exposición que organizó y montó en Bellas Artes. Rivera comisionó a Guillermo Zamora una serie fotográfica que documentara su colección de arte prehispánico; estas imágenes se utilizaron constantemente, con fines publicitarios o informativos, mientras se construía el Anahuacalli. Las fotografías de Zamora no son sólo un registro. La iluminación, por ejemplo, da a las fotografías una acentuada teatralidad. En esta serie, el fotógrafo documenta piezas de manera individual o en pequeños grupos. Estas últimas imágenes, siguiendo el modelo de Rivera, se prestan a ser vistas como escenas construidas. Zamora dispone tres figuras antropomorfas que pueden ser vistas, en conjunto, como una familia o articula una imagen donde un grupo de perritos parecen estar juntos, interactuando. El interés por la cerámica de occidente también se hizo presente en las ideas de Rivera sobre arquitectura moderna. Preocupado por presentar una alternativa de arquitectura moderna regional que actualizara las lecciones del “clásico americano”, comparó los elementos arquitectónicos que aparecen en algunos ejemplos de cerámica con las estructuras y cascarones en concreto de Félix Candela.
El interés por la cerámica de occidente se manifestó en el trabajo y las ideas de otros artistas además de Rivera. Sobreviviente (1938) de Frida Kahlo es un ejemplo. En esta pieza aparece una cerámica que representa a un jugador de pelota que era parte de la colección de Rivera y hoy se exhibe en el Anahuacalli. Kahlo situó a este personaje en un paisaje que recuerda a la pintura metafísica: desierto y árido, presentando un elemento que puede ser visto como una ruina. Rufino Tamayo incluyó varios ejemplos de cerámica de occidente en su serie Idolos Precolombinos, entre estos algunos de las figuras conocidas como “perros de Colima”. Otras obras del artista, como Animales (1941), podrían verse en relación a este tipo de cerámica en concreto. No se puede negar que dentro de todo el espectro de cerámica de la región, fueron las representaciones de estos animales las que gozaron con una trepidante popularidad a partir de los años cuarenta. Esto se puede apreciar en el sentido de decoración que se encontraba dentro de la arquitectura moderna de esa época donde aparecen de manera reiterada. En fotografías de casas en Jardines del Pedregal, por ejemplo, distintos ejemplos de cerámica y sobre todo estos animales, conviven a la par de obras de arte y muebles de diseño moderno así como distintos enseres domésticos propios de la posguerra: equipos de sonido, televisores. La constante presencia de estas piezas en estos documentos es explicita sobre las condiciones del mercado alrededor de la cerámica durante esa época. Su escala y sus particulares soluciones las hacían piezas ideales para ser integradas al ambiente doméstico moderno. Una especie de objeto decorativo que, no obstante, expone un momento histórico en el que la idea de continuidad cultural parecía contar con cierta vigencia.
El impacto de la cerámica de occidente a partir de los años cuarenta fue amplio y no se limitó a los campos del arte y la arquitectura. El estado la utilizó, por ejemplo, repetidamente dentro de su cultura visual. Un caso son los timbres postales. En una serie preolímpica, emitida en 1965, aparecen varios ejemplos de cerámica de occidente; entre ellos una maqueta con ejemplos de construcciones como las que Rivera comparó con el trabajo de Candela. Este ejemplo sirve para demostrar cómo, para mediados de los años sesenta, la cerámica de occidente era parte de una cultura visual amplia; emblematizada, en este caso, en los timbres de circulación nacional que en este país servían como un medio de autopromoción estatal y para la construcción de un imaginario común. No está de más mencionar que este grado de visibilidad y popularidad trajo consigo un mercado de falsos y reproducciones de época, quizá uno de los más problemáticos relacionados con lo que compete al arte prehispánico.
Se puede especular que parte de este fenómeno alrededor del arte prehispánico del occidente de México se debió a las propias soluciones y estética de la cerámica. Pocos estarían en contra de que la pieza que representa a dos perritos bailando es, en el mejor de los términos, encantadora. Podría ser vista como una especie de caricatura. Bajo esta perspectiva, no sorprende que después de visitar la exposición Arte precolombino del Occidente de México, el corresponsal de la revista Time en la ciudad de México comparó la cerámica de occidente con dibujos animados. Este no es el tipo de caricatura ni el humor que invocaba Toscano en su estética de la cerámica de occidente. Para él, el humor era una respuesta de estos personajes ante las incontrolables fuerzas naturales y el inminente sentido de catástrofe en el que vivían sus productores. A través de la caricatura y el humor, los personajes son indiferentes a esta condición y se burlan de la adversidad. Por decirlo de alguna manera, los perros bailan felices mientras el mundo se colapsa o, como sucede con la cerámica que aparece en la pintura de Kahlo, los seres actúan con indiferencia después de sobrevivir a una catástrofe.
Fotografías de Guillermo Zamora
Revista Artes de México Número 64/65, Año XII, 1965
Residencia en Tetelpan, Ciudad de México, 1956
Fotografía de Roberto y Fernando Luna
Reprodución del dosier del Despacho de Francisco Artigas
Timbre postal de 1965, colección Daniel Garza Usabiaga
Fotografías de Guillermo Zamora
Revista Artes de México Número 64/65, Año XII, 1965