El Dios del Ramen
Texto e imágenes: José Arnaud Bello
En 2009 vivía en Londres, y un amigo que estaba por irse de la ciudad, me dejó un alebrije de madera. Supongo que me eligió como custodio porque también soy oaxaqueño. El alebrije representaba a un nagual, un hombre transformándose en jaguar; una de sus patas estaba rota y pegada con cinta adhesiva.
Encontrarme con algo tan familiar en un lugar tan lejos de donde veníamos me hizo confrontarme con la cercanía e identificación que inmediatamente asumí que existía entre ese objeto y yo. ¿Qué tanto sabía realmente de los alebrijes? ¿Por qué asumía que eran parte de mi cultura o formación? Y si era así, si el alebrije representaba algo de mí, ¿era en el modo en que lo había visto en los anuncios del gobierno donde exaltan la riqueza cultural que compartimos como mexicanos? ¿Podía ser algo más personal?
Siguiendo la idea frecuentemente difundida de que estas artesanías representan a animales fantásticos o míticos pertenecientes a una cosmovisión indígena, y considerando que la figura que recibí es un nagual —un ser que tiene la capacidad de transformarse—, ¿podía entenderse el hecho de que estuviera roto como significativo en algún sentido? Si esta transformación era resultado de sus viajes, ¿podría ser que ahí se encerrara una cosmovisión híbrida, que hablara tanto de su lugar de origen como de los valores culturales y fuerzas económicas que lo habían llevado hasta Londres? ¿Podría esta figura revelar algo sobre cómo los objetos, animales, personas, ideas y mitos migramos y nos transformamos al encontrarnos con otros?
Y por último, si nociones como la identidad y la tradición son cosas que se van construyendo a través de estos encuentros, ¿cuáles son las fuerzas culturales y los agentes que han tenido un rol en la definición de lo que son los alebrijes hoy en día? ¿Cómo impregnan éstos la lógica de su comercialización?
GRINGOS LOCOS
Mas allá de su origen y connotaciones despectivas, la palabra gringo se usa ahora en México para referirse a cualquier extranjero, independientemente de su nacionalidad. La mayoría de los mexicanos estamos acostumbrados a convivir con gringos; podríamos incluso decir que se les da un trato especial: las reglas y convenciones parecen adaptarse ante su presencia. Y es que tener gringos en el país siempre es mejor que no tenerlos; es un buen negocio.
Hollywood lo entendió todo mal. No es precisamente que México sea un país donde la ley no existe, sino que ésta es especialmente flexible con los extranjeros. La figura del “gringo loco” define precisamente ese estatus; una especie de indulgencia para actuar fuera de la norma. Con esto se equipara el ser extranjero con una especie anormalidad en el comportamiento, una excentricidad.
Pero siendo justos, este estatus especial no siempre es usado de forma irresponsable o destructiva. En muchos casos, convivir con un gringo es muy entretenido, incluso reconfortante; alguien que actúa fuera de la norma puede ser una redención del día a día. Aun más importante es que los gringos tienden a ser personas excepcionalmente curiosas, muestran interés en las cosas que nos parecen banales. Por esto también se merecen cierta indulgencia: uno no dejaría con mucha facilidad a un desconocido mexicano pasar a su casa, pero un gringo que quiere fotografiar tu sala es algo distinto.
Los artesanos al fin tuvieron una herramienta para saber qué esperaban sus clientes de ellos.
A ellos México les debe mucho. La documentación, rescate y estudio de lo que los mexicanos reconocemos como nuestra cultura y patrimonio ha sido, en gran parte, el fruto del esfuerzo de extranjeros apasionados por este país. Puros gringos locos.
Personajes como John Lloyd Stephens y Frederick Catherwood despertaron un interés que otros, como Desiree Charnay, seguirían más tarde. Desde 1857 Charnay realizó una serie de viajes gracias a los cuales formó una fantástica colección de fotografías de México, especializándose en ruinas, ciudades, paisajes y gente. Estas imágenes se volvieron documentos históricos, etnográficos y arqueológicos indispensables. A su vez, la publicación de sus fotos e historias inspiró a muchas generaciones más a seguir su camino.
Éste es el caso de Shepard Barbash y Vicki Ragan, pioneros en documentar el fenómeno relativamente reciente de la talla de figuras de madera en Oaxaca. En 1991, Barbash y Ragan publicaron un artículo en la revista Smithsonian que tuvo tal éxito, que dos años más tarde siguió un libro: Oaxacan Woodcarving, the Magic in the Trees.
En el libro se hace un recuento sobre la posible historia de lo que ahora se conoce como alebrijes oaxaqueños (palabra que originalmente se refería a las figuras fantásticas de papel maché creadas por Pedro Linares en la Ciudad de México). A la par, se describe el contexto social y económico en el que estas artesanías se producen. Como estructura, los autores propusieron una taxonomía del oficio utilizando categorías que están ya establecidas en el imaginario estadounidense sobre México. “Fiestas”, “Naturaleza”, “Muerte” y “Superstición” son los nombres de sus capítulos.
Más allá de la precisión de estas categorías, lo interesante es el resultado que el libro produjo. Al documentar, clasificar y hacer una publicación sobre los alebrijes oaxaqueños, se les validó como la expresión de una cultura rural mexicana, al menos ante los ojos del público estadounidense que vio sus expectativas cumplidas. El libro se volvió un punto de referencia, una especie de catálogo de compras que priorizó unos tipos de producción sobre otros; los artesanos al fin tuvieron una herramienta para saber qué esperaban sus clientes de ellos.
Esta tensión con la mirada extranjera es una problemática que se extiende a toda la construcción de la identidad mexicana. Mientras que con cierta frecuencia se reconoce y aprecia el aporte de estos gringos visionarios, es mucho menos común que se señale el carácter necesariamente parcial y subjetivo de sus esfuerzos por representar al país. México olvida que la descripción también describe a quien la enuncia, que uno ve al espejo tanto como a la imagen que se refleja en él.
Así, no es coincidencia que Robert Smithson —tras recorrer la península de Yucatán haciendo sus Mirror Displacements— llegara a Palenque para encontrarse con el trabajo de sus colegas americanos involuntariamente reproducido en un hotel. Pero México toma su reflejo demasiado seriamente, y en el proceso termina por sólo reafirmar lo que los gringos esperan de él.
La historia, los mitos y la geografía parecen
tomar giros inesperados.
ENCUENTROS INESPERADOS
La geografía, o nuestras ideas sobre la diferencias entre un lugar y otro, tienen un papel muy importante en nuestra disposición para aceptar algo como natural o para percibirlo como fantástico o extraordinario. Una vez, caminando de noche cerca de un parque, atrás de una calle muy concurrida de Londres, vi un zorro. No es que no supiera lo que era —lo reconocí aunque era el primero que veía—, pero no esperaba verlo ahí, en ese momento y lugar.
Conforme mis ojos se fueron adaptando a la poca luz, pude verlo con más claridad, parado en el pasto, mirándome fijamente. Mientras más lo veía, más tenía la impresión de estar frente a una aparición, algo entre un espejismo y una reflexión de mí mismo. Ni por un segundo la atención del zorro se alejó de mí; no titubeaba, no se veía asustado o agresivo, sólo me miraba sin moverse. En el cruce de nuestra mirada había algo que oscilaba entre la complicidad y una convicción de que en el momento en el que dejáramos de vernos, el otro desaparecería.
Después aprendería que los zorros urbanos son bastante comunes en Londres, que los intersticios verdes formadas por los parques y las vías de tren que cruzan la ciudad funcionan como un hábitat parte natural, parte urbano del que ellos han apropiado. Entonces, ¿quién sería la extraña aparición esa noche, en aquella calle cerca del parque? ¿Quién estaba fuera de lugar?
Se dice que una de las grandes ventajas que los españoles tuvieron al pelear con los aztecas fue el caballo. No sólo era un animal desconocido en estas tierras, sino que no había otras bestias de carga; la coordinación de hombre y animal funcionando como una sola criatura debió de ser algo tan fantástico como aterrador.
Con la imagen del nagual en mente, imagino que la visión de un grupo de caballeros era, para el imaginario azteca, algo parecido a lo que esos mismos caballeros sentirían al ver un aquelarre venido de quien sabe dónde, a plena luz del día y listo para arrasar con todo a su paso.
Sólo mucho más tarde, en el siglo xix, la paleontología le daría un giro irónico a esta historia. Tras muchos esfuerzos por reconstruir la genealogía del caballo con base a los varios esqueletos encontrados en Europa, la hipótesis de su origen europeo fue derrumbada por el descubrimiento de restos más antiguos en América. El caballo europeo era realmente un descendiente de una migración americana, y había vuelto para reconquistar el continente con los españoles como aliados.
¿Cuántas historias e ideas no van y vuelven también, para sorprendernos y para empujarnos a cuestionar lo que creíamos normal, lo que asumíamos como propio y ajeno?
Y volviendo al nagual, aunque según los expertos, es una figura común a toda Mesoamérica, lo cierto es que la noción de un humano con poderes especiales de transformación, puede encontrarse por todo el mundo. Eso sin contar las miles de criaturas fantásticas parte animal, parte humanas que son compartidas entre distintas culturas.
La historia, los mitos y la geografía parecen tomar giros inesperados. Tal vez mi nagual no estaba tan fuera de lugar después de todo.
VARIAS VERSIONES DE UNA TRADICIÓN
Gran parte de la investigación y documentos escritos sobre los orígenes de las figuras de madera tallada en Oaxaca apuntan hacia una persona: don Manuel Jiménez, quien fuera “descubierto” en los años 50 por un estadounidense que vivía en Oaxaca, Arthur Train.
Hay otras versiones que apuntan hacia un desarrollo paralelo de esta forma de artesanía en tres pueblos (Arrazola, Tilcajete y La Unión) con el apoyo del gobierno mexicano. Se dice que este proyecto buscaba generar alternativas económicas para comunidades donde la agricultura era la principal fuente de subsistencia. El barro de Coyotepec y de Atzompa, los tapetes de Teotitlán, pueden verse como instancias del mismo fenómeno. Pero en cualquier caso, la figura del pionero, el inventor, el genio visionario es un elemento central de sus narrativas de origen.
“La mía es una historia sagrada, no soy cualquiera. Soy un verdadero tigre. Nací inteligente. Todo mundo aquí está viviendo de mi iniciativa; si no hubiera empezado a tallar, nadie estaría haciendo nada. Inventé toda una tradición. Deberían hacer una estatua de mí en la plaza, con una flecha apuntando a mi casa, y darle mi nombre a esta calle. Porque Jiménez nunca morirá. Soy como el sol en el cielo. Oaxaca sin Jiménez no sería Oaxaca”, dijo Don Manuel en entrevista con Shepard Barbash.
Alguna vez, un amigo de Taiwán me contaba que algo que él encontraba como particular a su cultura era que funcionaban en masa, los logros eran compartidos por todos; nadie sabía quién había inventado la pólvora o la tinta. ¿Podría ser que nuestra narrativa occidental es la que necesita de estas figuras para validarse?
Las piezas de Manuel Jiménez son un referente, pero tal vez no es su originalidad o destreza en el tallado lo que las distingue; tal vez es la forma en que se les ha integrado dentro de una historia lo que las hace únicas. Y bueno, dado que se venden bien, no es raro que otros las intenten copiar y así se vuelvan tradición.
Jacobo Ángeles lucha por su lado de la historia. A él no le podrían importar menos los libros y otros estudios serios; exige que la gente se informe antes de empezar a repetir historias. Dice que el tallado de madera es una tradición que lleva siglos; él la aprendió de su padre y es parte de su herencia zapoteca.
Jacobo es ahora famoso y viaja a diversos lugares de Estados Unidos, dando talleres y charlas. Mucha gente parece estar interesada en su versión de la historia; entre ellos, los vendedores de artesanías. Para ellos, resaltar la idea de un producto que es fruto de una tradición ancestral es una excelente herramienta de venta. Supongo que ante esta oferta, hay un correspondiente grupo de gente que está en busca de un trozo del pasado, tal vez sintiendo que es algo que ellos han perdido, pero que aún existe en México.
La mía es una historia sagrada, no soy cualquiera.
Soy un verdadero tigre. Nací inteligente.