GABINETE
HABITAR UN TRANSFORMER: EL CHOLET

Texto e imágenes   Pablo López Luz

El Alto, a sus 4,150 metros de altura, es la ciudad más alta del mundo, seguida de cerca por la ciudad vecina y capital de Bolivia, La Paz, con 3,640 metros, el único lugar del mundo donde el equipo nacional de futbol es invencible (al menos eso se presume). El Alto se origina como un suburbio satélite de la ciudad de La Paz; adquiere su independencia y se le otorga el título de ciudad en 1988. Es una urbe conformada de inmigrantes, ocupada a  partir de la segunda mitad del siglo xx por los cholos y cholas, campesinos y mineros desempleados provenientes de distintos distritos de Bolivia.

La ciudad se percibe como una metrópoli indígena, con una población cercana al millón de personas, en la que 75% de su gente pertenece al grupo indígena aymara y 9% a los quechua, y sólo un pequeño porcentaje es mestizo o criollo (una composición demográfica muy distinta a la de su ciudad vecina). El Alto  ha sido descrita como ciudad rebelde y ciudad radical, ya que desde su concepción se ha autodefinido a partir de su condición indígena y del poder sociopolítico que ésta le otorga, además de una geografía muy particular que parece dominar y amenazar a La Paz al circundarla.
Cholet o Cholo-Chalet es el nombre que define una tendencia arquitectónica indígena que rápidamente ha permeado los barrios de la ciudad de El Alto y algunas colonias de La Paz. Aunque ninguna de estas definiciones ha sido confirmada por sus creadores o por los habitantes de la ciudad (algunos prefieren el término cohetillo o arquitectura transformer), ambas conjugan el concepto arquitectónico de los chalets, construcciones familiares típicas de la región alpina europea, y los cholos. Los cholets, con sus combinaciones relucientes de colores y diseños decorativos que aluden a los tejidos y las formas geométricas andinas, a figuras animales, o inclusive a los populares robots norteamericanos, son a la vez  un símbolo social de la riqueza económica y el poder indígena. El Alto se ha convertido en el máximo ejemplo del empoderamiento indígena latinoamericano, una ciudad con sus propias reglas, particular tejido social y singular economía.
A partir de las últimas décadas, el cholo, y sobre todo las cholas, quienes venden en los mercados y son las intermediarias entre los productores rurales y los consumidores urbanos, han aprendido a generar riqueza a partir del comercio formal e informal dentro de las ciudades. Esta nueva riqueza se ha visto rápidamente reflejada en el surgimiento pronunciado de los palacios multicolores, mismos que además de materializar su estatus social, les generan un negocio redondo. Cada cholet suele dividirse en tres secciones: el piso a nivel de calle se renta a pequeños mercaderes como locales comerciales; el segundo y tercer piso, comúnmente decorados en su interior con ornamentos verdaderamente extravagantes y muchas veces temáticos,  suelen alquilarse al público como salones de eventos, atendiendo la ávida naturaleza fiestera de los bolivianos. Los últimos pisos son departamentos lujosos, con amplios espacios al aire libre, que habitan los dueños o que también alquilan. En muchos casos, los mismos locales comerciales o tienditas del primer nivel, suelen surtir de alcohol a los salones superiores, haciendo de ésta una microeconomía circular.
El máximo representante de esta imponente e innovadora arquitectura andina, y prácticamente el único autor reconocido por los medios nacionales e internacionales,  es el arquitecto Freddy Mamani, quien ha sido el foco de una irrupción mediática en los últimos años. Mamani, un exalbañil que se gradúa de la carrera de Arquitectura, quien lleva en su nombre un apellido descendiente de la nobleza inca, presume haber diseñado más de 60 palacios en poco menos de una década. En los últimos tres o cuatro años, ha pasado del anonimato a convertirse en el centro de diferentes artículos en medios internacionales, y ponente en algunos simposios de arquitectura.  Sin embargo, hace unas cuantas décadas, su mismo apellido le hubiera impedido estudiar una carrera universitaria o  incluso ser parte del ejército boliviano. Los descendientes directos de los incas eran considerados ciudadanos de segunda en la Bolivia criolla. No fue sino hasta 1952, cuando al indígena boliviano se le concedió el derecho al voto, y recuperó un poco de su dignidad. Cincuenta años más tarde, en 2006, Evo Morales fue electo presidente, y por primera vez un hombre indígena ocupó el máximo puesto de poder del país, sentando un precedente importante en la historia de América Latina y  en la lucha larga y compleja de sus pueblos indígenas.

En las pocas entrevistas que se conocen de él, Mamani, un hombre de pocas palabras, evita las discusiones intelectuales y ahondar en la conceptualización de su obra. Se mantiene al margen de las tendencias y las modas de la arquitectura contemporánea global. Mamani aprovecha las ventajas de su aislamiento andino, y con un orgullo disimulado y un discurso sencillo y escueto, aspira a devolver la identidad andina a las ciudades latinoamericanas, o en todo caso, darle al cliente lo que el cliente pide: la casa de sus sueños.

Esta nueva riqueza se ha visto rápidamente reflejada en el surgimiento pronunciado de palacios multicolores.