Texto: Fabien Cappello, Enrique Giner de los Ríos
Imágenes: Archivo Diego Matthai
Silla México
Cuando los dos autores de este texto acerca de Diego Matthai se conocieron, hace más o menos un año, una de sus primeras conversaciones fue acerca de una silla. La habían visto en la exposición 100 años, 100 sillas del Museo Franz Mayer. Elaboraban distintas teorías para entender un poco más este mueble que, aunque su forma era común, no lo era su acabado. Aparecieron muchos términos para intentar definirlo: Futurismo Vernáculo, proto-posmodernismo localista, tradicionalismo post-irónico, regionalismo crítico espacial.
La mayoría de estos conceptos tan poco académicos son imposibles de utilizar en el resto de la historia del diseño en México. En contraste, este objeto cargado de referencias, tiene en su nombre la ambición de representar los valores del país: Silla México.
Diseñada en 1970, evoca en su forma a la silla tradicional de madera con asiento de tule tejido. La silla es genial y chistosa.
Ante la cantidad de etiquetas y elaboradas teorías para entender el contexto en el que fue producida la pieza, Diego nos habla de lo práctico y económico que era el cromo en esas épocas. Había talleres donde cromaban por todas partes para reparar los detalles de los coches. Pero, ¿eso es todo? Finalmente admite un poco de humor en la mezcla de los dos lenguajes.
El cromo y la dualidad no empiezan ahí: un año antes había hecho la silla Director. Utilizando como modelo la clásica silla de director de cine, plegable y de lona, pero en este caso utilizando una estructura rígida de acero (cromado) con asiento y respaldo de cuero. Por practicidad o por otras obsesiones, como la llegada del hombre a la luna, el cromo es una constante en los diseños de Matthai de esa época. Lámparas, ceniceros, lápices, floreros o complejas composiciones paisajísticas, componen el imaginario personal en esa época.
Ni en su faceta como arquitecto, diseñador o artista, Matthai aparece como parte de un grupo mayor de creadores. Quizá sí como académico al compartir aula con su amigo Mathias Goeritz, como profesores de la Facultad de Arquitectura de la unam. Además de esa importante excepción, no parece interesarle ningún vínculo con personajes o movimientos. Se agrava la imposibilidad de etiquetarlo, lo que nos obliga a entender el trabajo de Matthai como el resultado de un proceso que, aunque esta al tanto del momento estilístico de su época, es extremadamente genuino y personal.
Los cinco días del metal
En la carrera de Diego, hay muchos proyectos de interiorismo para casas, restaurantes y clubes nocturnos. Esto le permitió ser muy versátil y explorar distintos estilos y materiales. Lo efímero de muchas de estas obras viene acompañado de gestos ligados a una época puntual. A partir de muchos de sus trabajos podemos entender el espíritu de su tiempo. Muchas veces sorprende por poseer una posmodernidad casi universal, algo que a veces se nos olvida que existió en México.
Uno de los proyectos más ambiciosos en los que trabajó, fue el club Metal en 1989, por lejos la mejor discoteca de la Ciudad de México. Durante más de un año viajó a diferentes partes del mundo para ver las nuevas tendencias acompañado de los dueños del lugar, Manolo Fernández Cabrera y el francés Henri Donnadieu, responsables del mítico club 9. El Metal tenía tres pisos y su contemporaneidad era insolente. Una cuidadosa identidad gráfica, Guiños Memphis, sistema de luz y sonido espectacular, son de los pocos recuerdos que algunos dicen haber visto. El lugar duró abierto cinco días. Por asuntos legales estuvo clausurado por un año entero y resucitó en un Mamy’O, aquella franquicia rocosa que en algunas ciudades con playa sigue viva. Del Club Metal, Diego sólo pudo recuperar una enorme estalactita, obviamente cromada.
Pomo
Para ambos autores de este texto, la fascinación por la posmodernidad es algo relativamente nuevo; crecimos con valores austeros de posguerra, muros blancos, líneas escandinavas y, sobre todas las cosas, principios modernos. No sabemos exactamente cuándo empezamos a apreciar y comprender las geometrías puras y los materiales nobles como el mármol o el bronce, los guiños historicistas y el uso de patrones. Lo cierto es que es algo que ya tenemos absolutamente incorporado.
Buscábamos en Matthai a un ícono posmoderno. En la primera visita a su estudio encontramos elementos que confirmaban nuestro impulso. En la sala de espera, junto a sus obras de arte de neón y paisajes cromados, vimos libros de Ettore Sottsass y Ricardo Bofill, incluso una de las primeras cosas que nos contó en su oficina, fue acerca de un viaje que hizo con sus hijos a Orlando, a Walt Disney World, con la intención de ver el recién inaugurado Dolphin and Swan Resort Hotel de Michael Graves. La cascada de referencias comunes en un principio fue reconfortante, pero duró poco. En realidad, él no se considera un posmoderno ni le interesa. Le interesa crear y responder a sus ideales plásticos, muchas veces acordes a los de sus contemporáneos, pero siempre único y personal.
No nos sorprende encontrarnos hoy en día nuevos trabajos, similares a los que él ha producido durante décadas. Las nuevas generaciones vuelven a trabajar con algunos de los elementos que lo convirtieron en un pionero en la escena mexicana.
Fotografías : Ulises García
Tarjeta VIP del club Metal.
Perspectivas desarrolladas en los años 80 en el despacho de Matthai.