Texto: Lorenzo Álvarez
Imágenes: Silvestre Melgar
No hay nada más decepcionante en un viaje que tener la sensación de que un sitio que teníamos en estima, o del cual imaginábamos maravillas, es falso.
Cuando viajamos, en general y en diferentes grados de conciencia, vamos en búsqueda de grandes verdades, de crecimiento interior, de confirmaciones sobre lo que pensamos o sentimos de un objeto, de una sociedad, un personaje o un paisaje. La autenticidad es un factor fundamental de hacer turismo, todo se arruina si empezamos a cuestionarla. ¿Estamos experimentando una realidad?
¿Ésta es la verdadera Mona Lisa? ¿Estamos apreciando el verdadero sabor que debe tener este platillo? ¿Estamos en el verdadero escenario de un hecho histórico? ¿Sí son 40 siglos los que nos contemplan cuando estamos frente a las pirámides? Si la duda persiste, la magia se acaba.
Dimensiones
Viajar es una actividad que siempre ha existido. El turismo no; el turismo es una actividad de masas originada en la mitad del siglo xix con el advenimiento de los transportes modernos. Rashid Amirou, teórico fundamental del turismo, lo define como una actividad que se despliega en tres dimensiones sociológicas: la relación consigo mismo, la relación con el espacio y finalmente la relación con los otros. Hacemos turismo por motivos diversos, pero casi siempre motivados por fines espirituales, intelectuales, místicos o sagrados que balancean las tres dimensiones. Casi todos los viajes son una peregrinación; ya sea para buscarnos a nosotros mismos, para estar en presencia de un objeto de arte o acercarnos a un lugar que nos parece sagrado como parte de un ritual de iniciación, o de participación momentánea de alguna tradición. Como casi toda actividad de masas, el turismo es un negocio, y en el camino de nuestras peregrinaciones, vamos gastando, dejando nuestra huella en la medida en que consumimos lo que se nos ofrece para hacer este tránsito mas fácil y placentero. A esto, el mismo Amirou lo llama la comodificación de la experiencia del viaje. El término, se refiere al empaquetamiento no sólo de la dimensiones sociológicas, sino al de su engranaje con las necesidades reales y tangibles de transporte, alojamiento y alimentación, es decir, a su consolidación como un producto comunicable, vendible y lucrativo. Como en toda activad lucrativa, la tentación de los atajos esta presente; en el turismo, un atajo que podríamos calificar de clásico es la falsificación del patrimonio, el show.
El turismo es una actividad de masas originada en la mitad del siglo XIX con el advenimiento de los transportes modernos.
Los pueblos Potemkin
Algo se define como pueblo Potemkin cuando se quiere describir una cosa muy bien presentada para disimular su desastroso estado real. En un pueblo Potemkin, lo que a primera vista parece muy bien acabado y deja a todos impresionados, es un escenario al que le falta la sustancia principal.
En economía o política, el término se refiere a presentar de manera espectacular una cosa o situación, para disimular su mal estado o condición real. El nombre se le debe al mismo político que le dio su nombre al famoso acorazado de la película de Einsentein. Un político de la Rusia Imperial del siglo xviii que quería impresionar a sus superiores presentando la situación de una región mucho mejor de lo que en realidad era. Quería venderles un lugar. La estrategia que usó Potemkin en Crimea, mitificada por la historia, fue la de crear pueblos con cartón, o disfrazarlos de oropel de manera que lucieran prósperos y boyantes para beneplácito de la emperatriz Catalina La Grande. Usando fachadas falsas, cosmética urbana o simulacros de vida cívica, Potemkin logró su lugar en la historia como urbanista de pantalla.
En México, tenemos nuestros pueblos Potemkin en muchos temas en el sentido económico y político de la palabra. Casi cualquier programa público lo es. Sin embargo, tenemos un ejemplo que comparte literalmente las estrategias que Potemkin utilizó directamente: los Pueblos Mágicos.
Debo aclarar que no me refiero a todos; hay pueblos de México cuyo patrimonio es tan potente que es indudable su lugar privilegiado en cualquier lista patrimonial, pero sobre todo están inscritos en el imaginario colectivo.
El programa Pueblos Mágicos de México es una iniciativa de la Secretaría de Turismo federal para fomentar el turismo más allá de los destinos de playa. El programa, fundado en 2001, es una estrategia de valorización del patrimonio y de comodificacion turística.
Para muchos de estos pueblos, el programa ha significado inversiones considerables en su infraestructura urbana y en la promoción de nuevas empresas de servicios.
El problema es que muchos de ellos han sustituido su capacidad de hacer espacio urbano de calidad para sus ciudadanos, espacio significativo y auténtico, por acciones que responden mucho mas al afán de presentar una imagen que el visitante potencial consuma con facilidad y sin mayor riesgo intelectual de aburrirse. Esta “mexicanización” de los pueblos (acción mediante la cual un pueblo es pintado de colores asociados libremente a la identidad nacional) pone en riesgo la autenticidad y valores reales de su patrimonio construido, de su paisaje natural, de sus tradiciones y de sus actividades económicas, cuando estas acciones trastocan la realidad, incluyen la sensación de que las poblaciones locales no tienen derecho a cambiar, pues arruinarían con ello la autenticidad que les otorgamos como parte de la consagración folclórica.
¿Qué es la magia?
Es el arte o ciencia oculta con que se pretende producir, valiéndose de ciertos actos o palabras, o con la intervención de seres imaginarios, resultados contrarios a las leyes naturales.
Un pueblo mágico es aquel donde las leyes naturales no necesariamente operan, y su conformación cuenta con efectos que no responden a situaciones racionales.
Metodología para sacralizar un objeto o un lugar, para volverlo turístico
La primera etapa consiste en identificar un sitio y definirlo como un objeto que se debe salvaguardar. En general, aplicar una ley es necesario, ya sea impuesta o promovida por aquellos que ya valoran el sitio (una designación de la unesco, la promoción de un comité etcétera). En otros casos se echa mano de la ciencia para autentificar, datar, medir, pasar por rayos x y fotografiar el objeto por sacralizar con el fin de establecer su valor histórico, estético o cultural.
Comunidades, pueblos o regiones enteras se vuelven curiosidades turísticas.
El siguiente paso consiste en proteger el objeto del intruso no iniciado (el turista), ya sea poniéndolo en un pedestal o enmarcándolo. En el caso de un espacio, acordonándolo con cintas de terciopelo, con proyectores de iluminación potente, cámaras de vigilancia o guardias, o imponiendo protocolos estrictos de aproximación con el fin de mantener una distancia respetuosa entre el visitante y el objeto sagrado.
El siguiente paso es encastrarlo o montarlo. Los materiales que sirven para esto, para ponerlo en valor, se vuelven en sí mismos objeto de curiosidad: el museo donde está exhibido, el mirador desde el cual se aprecia, la capilla que lo resguarda.
Viene después una fase de reproducción mecánica del objeto turístico. La creación de grabados (Piranesi y las vista de Roma), de fotografías que se transforman en postales, de modelos a escala, simulacros que se ponen en circulación como objetos de valor.
Con una copia material, digital o mental del objeto por ver, el turista parte en búsqueda del original.
La ultima etapa de esta sacralización se da cuando comunidades, pueblos o regiones enteras se vuelven curiosidades turísticas.
Un fenómeno importante que interviene en la sacralización de los sitios es la constitución de comunidades emocionales frente al objeto turístico, es decir, la formación de una muchedumbre que lo hace surgir del anonimato y lo transforma en una atracción.
La elección del sitio o del objeto es la obra de una comunidad o de un público y debe hacerse en concordancia con un imaginario social.
Algunos destinos turísticos se venden mejor que otros, sin que sea sencillo explicar la infatuación de la gente por ellos, incluso cuando son similares en equipamiento y en recursos.
La muchedumbre de la que supuestamente huimos en la experiencia turística, paradójicamente es la que termina por validar un sitio o un objeto con su presencia.8