Imágenes y documentos: Edgardo Aragón
Apuntes, dibujos y un texto acerca del nuevo proyecto de Edgardo Aragón en Mitla, Oaxaca. Excavaciones, huesos y piedras forman parte de su nueva obra audiovisual.
¿Cuándo a la tierra le crujen las tripas, es que tienen hambre? José Jiménez Ortiz
¿Por qué será más peligroso desenterrar un cuerpo que crear una fosa clandestina para ocultar cientos de cadáveres?
En México, los muertos esperan ser desenterrados, mientras, encima de ellos, la realidad se pulveriza. No esperan en silencio. Sus pisadas azotan el techo del imaginario colectivo, incluso en nuestros sueños: la terrible pesadilla de la tumba como contenedor de tragedias, ejecuciones, venganza, negligencia y dolor.
Bellos paisajes en todo el país han dejado de esconder semillas bajo tierra para ocultar osamentas. Miles de huesos. Cráneos. Toneladas de microhistorias no contadas. Familias rotas. Comunidades destrozadas. Nunca el oficio de sepulturero se había mcdonalizado de tal manera.
Hacer una fosa parece no ser un gran problema. El lío es cuando la encuentran. Las conjeturas siempre apuntan a incómodas complicidades con funcionarios públicos: de un humilde policía rural a un gran hueso político hinchado de billetes por comerciar tierras para esconder otro tipo de huesos. Entre cerros, bosques, tierras ejidales, arroyos, ríos, ranchos, cualquier rincón de la inmensa biodiversidad del país sirve para crear un cementerio clandestino.
No muy lejos de las fosas contemporáneas, yacen los cuerpos enterrados por los antiguos pobladores mesoamericanos. Maltratadas por saqueadores, proyectos paraestatales que, buscando el desarrollo, las destruyen a su paso, o bien, por investigaciones arqueológicas inconclusas por falta de recursos. Cientos de tumbas precolombinas conviven cotidianamente con los vecinos que han decidido asentar sus hogares cerca de ellas. Para nadie es sorprendente tener restos de antiguas civilizaciones a la vista.
Edgardo Aragón plantea en Caníbal (2017) un paralelismo entre ambos hoyos negros: husmea en las tumbas del pasado para repensar las fosas del presente. Escarba entre tumbas zapotecas para recuperar vestigios que le permitan desarrollar tres piezas que establezcan un puente de diálogo entre huesos, muerte y terror.
Dividida en tres partes, Caníbal parte de un estudio de la tierra, las tumbas, el mito y el sonido. En su primera pieza utiliza un hueso recuperado y un teléfono celular para componer, en colaboración con un músico, una pieza ritual. Aragón antepone un fetiche del estadio histórico mágico religioso con un objeto tecnológico contemporáneo para exhibir cómo la modernidad nos pasó de madrugada: seguimos anteponiendo el mito al pensamiento lógico para dotar de sentido nuestra realidad. Hemos cambiado la piedra de pedernal por un dispositivo electrónico; de ahí en más, esencialmente es lo mismo. La música resulta fundamental para completar el rito del duelo. Un hueso es tan necesario como las aplicaciones de un teléfono inteligente. Un proceso dialéctico que acompaña el día a día de una nación en vías de desarrollo.
La segunda pieza se estructura como un paisaje sonoro que utiliza como base el ruido de las chicharras que habitan el lugar, lo que crea una capa de sonido bastante peculiar: chillan para recordarnos que no estamos solos: su presencia es abrumadora de día y de noche. A ese hipnótico sonido, Aragón ha sumado un grupo de cántaros que hacen uso del espacio de una tumba zapoteca como caja de resonancia, para construir música ambiental enclavada en el paisaje. La suma del agudo sonido emitido por las chicharras con la repetición persuasiva de los cantaros, se torna en un sonido fantasmal al encontrar el hueco de la tumba para resonar como un eco difícil de ignorar, imposible de olvidar.
Por último, Aragón recupera la historia de un saqueador, quien, luego de profanar tumbas zapotecas, padeció terribles pesadillas en las que el insoportable sonido de un grupo de tambores y un silbato lo obligó a regresar los objetos extraídos. El tipo escuchaba todo, dormido o despierto. Se convirtió en una locura imposible de enfrentar, incluso después de regresar los objetos a su lugar sagrado. Una pieza de sonido para dos tambores y un silbato recrea la pesadilla, angustia, paranoia y terror vividos por el saqueador. La obra es ejecutada por una banda de músicos cuya vestimenta remite directamente a la estética de los forenses encargados de husmear en las fosas contemporáneas.
Estructurada en tres piezas, Caníbal se divide en interludios donde una voz en off rememora la historia de Mitla, el Lugar de los Sepulcros. A su vez, Mitla es prácticamente el territorio entero. Esta voz que es la del músico en su recorrido por los sepulcros nos narra también una breve reflexión sobre la forma en que se alimenta el sistema. Esto refuerza la aproximación del proyecto a una reflexión en torno a la capacidad de los muertos para hacerse escuchar. Es imposible ignorar que la tierra se alimenta de carne desde tiempos inmemorables. Y que cuando necesita alimentarse, nos grita su hambre. Le cruje la tripa. Y ese sonido suele volverse una pesadilla para todos.
Miles de huesos. Cráneos. Toneladas de microhistorias no contadas. Familias rotas. Comunidades destrozadas. Nunca el oficio de sepulturero se había mcdonalizado de tal manera.